Me gusta ir a su cama por las mañanas y arrebujarme bajo el edredón pegadita a su cuerpo, olvidarme del reloj y levantarme contenta sin mirar la hora.
Mi paladar, mi lengua, mis labios me piden una fruta fresquita; mi mano se pasea entre los kiwis, pomelos y naranjas de la cesta de mimbre y escoge una mandarina de piel gruesa, casi roja; me gusta pelarla, separar sus gajos, retirar la piel de su interior, darle chupetones y exprimir su jugo de forma que su sabor llegue a todos los rincones de mi boca.
Los sábados, después de comer, me gusta tomarme un coñac sentada frente a la parcela, mirar a Curri cómo acaricia con su cabeza la de Andy, le lame las orejas y salta sobre ella para seguir después su paseo entre los sauces mientras Andy queda quieta, impasible mirando al infinito.
Me gusta bajar a la cabaña a media tarde y encontrarme con él, al principio no suele hacerme caso, está enfrascado en su tarea, ahora sentado frente a la pantalla del ordenador investigando la cartografía de Lanzarote, trabajando sobre un mapa, trazando el camino de ayer por la Pedri, con el GPS encima de la mesa. No me mira, sabe que estoy ahí y me cuenta, o simplemente habla en voz alta, sobre lo que hace. Cuando se vuelve hacia mí le digo lo bien que me siento los fines de semana sin moverme de casa, le hablo del inglés que he repasado, de mi idea de volver a tocar el piano.
Me gusta fumar un cigarrillo mirando la luna.
Me gusta hablar con mi amigo Conrado. Su conversación es apacible, sugerente, siempre interesante. Y me gusta sentarme junto a él porque es cariñoso, tierno y afable.
Guanajuato, Méjico
Me gusta el cine. El hombre que mató a Liberty Valance, anoche antes de irme a dormir sola porque me gusta ir a su cama por las mañanas, meterme bajo el edredón sin despertarle y seguir durmiendo junto a él.
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