14 de abril de 2009

Así me siento



“Sale de la mano del tiempo, el alma sencilla
indecisa y egoísta, malograda, tullida,
incapaz de seguir adelante o retirarse,
temiendo la cálida realidad, lo bueno ofrecido,
negando el importunar de la sangre,
…”
El tiempo pasa suavemente, sin molestar, cuando las cosas marchan, cuando la vida es sencilla y las únicas preocupaciones son las futilidades del día a día. De pronto el alma sale de la mano del tiempo, no le reconoce, no sabe si marcha deprisa o despacio, permanece en un espacio atemporal, sólo se siente a sí misma. Y se siente como en el poema de Eliot, mezcla de indecisión y de fortaleza, de un salir fuera de sí y de un agarrarse a lo cotidiano con la esperanza inconsciente de recuperar la tranquilidad, sin ver claro un camino flanqueado por el miedo, la debilidad, el desconocimiento que pueda conducir a lo que es en realidad la vida, esa cosa extraña que decía ayer Andrés Aberasturi en el poema dedicado a su hijo. Sí, es una cosa extraña la vida. Y la sangre empuja al alma conducida por el cuerpo, y éste se agarra a las funciones elementales: comer, dormir, y a las que rige la costumbre: intentar leer, escribir, mirar las hojas verdes del aligustre tras el cristal de la puerta de la habitación donde reposan el cuerpo y el alma esperando, esperando, incapaz de pensar, esperando palabras, hechos que la conduzcan de nuevo al tiempo, al tiempo suave, quizás al engaño de una tranquilidad a la que tiende como defensa, quizás, simplemente a otro momento, a otro espacio de la vida, peleando con esa perturbación de la sangre que la arrastra al miedo, a la angustia, a la zozobra, a la debilidad. Esperando, esperando.


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