Amaneció muy bonito. La niebla cubría la parcela y mis coles, mis lechugas y mis puerros estaban empapados. ¡Jo, para una vez en la vida que me dejo las herramientas fuera...! El día anterior había comenzado a podar los frutales, dejé el melocotonero a medias. Las ramas más altas, las que quería dejar a la medida adecuada para poder coger la fruta sin necesidad de escalera (odio las escaleras) estaban muy crecidas y yo muy cansada. Después de felicitarme, cosa que necesitaba, indirectamente por mi eficiencia al guardar las herramientas siempre menos en esta ocasión vencí mi pereza y me dispuse a caminar. El campo estaba tan bonito que podía aprovechar para estrenar la nueva cámara. Pero... estaba descargada. Había utilizado toda la carga en ver cómo funcionaba y hacer algunas fotos de prueba. Me resigné y tras ponerme el chubasquero, sortear a Thalos y a Gaza que me daban sus buenos días con la misma efusividad diaria que me hace estar a un tris de caer al suelo, intentar en vano, ¡aquí, aquí!, que se sentaran junto al depósito de gas sin interferir en mi salida al campo, me dispuse a caminar una horita. Saqué el ipod de mi bolsillo, lo conecté y... tampoco tenía batería. Era como un aviso, todo perdía fuerza, carga, lo mismo que yo. Así que el remedio parecía claro, ponerme las pilas al igual que a la cámara y al ipod. El día anterior leí un post de un bloguero al que sigo desde hace mucho tiempo, médico y fotógrafo, una persona de esas que realmente viven, no grisean ni dejan pasar la vida delante de ellos como quien espera en un banco a que termine el espectáculo. Decía: "...cuando el camino está hecho y despejado, es cuando toca pillar carrerilla y saltar, con todas las fuerzas posibles, equilibrando brazos, apurando la pisada … Las ganas sustituyen a la letargia, y el inconformismo a la comodidad. ...Marcho a dejarme sorprender y seguir creciendo, viviendo y aprendiendo."
Hace tiempo que en mi vida no existen retos, retos como aquellos a los que podríamos llamar transcendentales en la propia vida, o retos que cuestionaban mi comodidad, o bien retos que convocaran a la necesidad de sentarme en el escalón, frente a la huerta y hablar conmigo, escucharme o dejar que los sentimientos, las ideas vagaran ante mis ojos fijos en el infinito sin ver más allá de lo que corría por mi ánimo. A veces los echo de menos, pero...¡qué tranquilidad que se hayan convertido en algo tan pequeño como levantarme temprano, trabajar en la huerta, o podar los frutales! ¡Qué difícil es saber dónde está realmente la línea que separa lo que mi cuerpo me pide y lo que es mi propia pereza! A lo largo de las años dejé sucesivamente de montar en bici -¡las cervicales!-, de correr, -¡las lumbares!-, de subir a la montaña, -¡el pinzamiento, la CPK!- de viajar, -¡ah, pero todavía viajas!-, de buscar una nueva amistad a través de internet, -¡no hay nadie que merezca la pena!-... y así sucesivamente. Razones, quizá excusas para todo. Llevo dos semanas sin salir de casa nada más que para pasear por los campos de alrededor. Si sigo así me voy a convertir en una ermitaña. Pero es que me gusta estar sola. ¿Cosas de la edad? ¡Ay, que ese va a ser el problema, la causa de mi falta de batería! Pobrecita de mí, que me hago mayor. El paro aumenta, los servicios públicos llevan camino de desaparecer, Camps es no culpable, Garzón lleva camino de serlo, la gente no se entera de qué va la vaina o se excusa diciendo que tenemos lo que nos merecemos (yo también lo dije anoche), el planeta se va al carajo, y si pensamos en el sur... para qué seguir. Da miedo, mucho miedo, pero a mí se me descarga la batería porque me doy cuenta de que pasan los años ¡pobrecita de mí! Necesito un 15M particular para despertarme y volver a la realidad.
¿La realidad? ¿Cuál es? ¿lo que me dice mi ombligo cuando le miro o lo que me dice mi mente cuando razono? Tirar un piedra al estanque y esperar a que el agua vuelva a detenerse.