Llego un poco tarde a ver amanecer
junto al mar, pero aún está bonito. A lo largo del paseo marítimo
y la playa unos corren, otros caminan, pasean, hacen fotos o van a
sus quehaceres. Como en cualquier otro lugar. Y me doy cuenta de que
no he venido a Málaga a ver nada en concreto. Creo que mis posibles
escapadas de casa serán esto en el futuro: pasear y respirar en otro
lugar, hacer la compra, cocinar algo sencillo, leer, escuchar música
y, de paso, como si estuviera en Madrid visitar un museo, ir al cine
o tomarme una cerveza en una terraza. No viajo ni voy a conocer nada
en especial, simplemente respiro otro aire. Bien, muy bien.
Mi paseo termina en el Parque del
Morlaco, elevado sobre el mar, pinos, ardillas... y perros. Soy la
única que pasea sin perros y es que en este monte semiurbano hay
recintos cerrados para que los perros, según su tamaño y peso,
puedan correr y divertirse. Curioso y simpático. Tan simpático como
Coco, el perrito del dueño del apartamento en el que vivo estos
días. Coco cada vez que me ve me saluda dando saltitos y me acompaña
hasta la puerta, brinco tras brinco golpeándome las piernas con sus
patitas.
Una peluquería de diseño, un
peluquero sin pelo, un corte de pelo al director de la revista Mitad
Doble mientras presenta el último número que se titula, no podía
ser menos, Pelos. Un ambiente muy agradable y variado, desde la
sofisticación de X, guapa guapa, tatuaje dragoniano sobre el pecho,
hasta la vestimenta sencilla del día a día, pasando por algún
modelito de esos de superficie sobre altos tacones de aguja. Y allí
están mis amigos, hasta ahora virtuales, Amor y Miguel, y también
Augusto y su pareja madrileña, María y Jonatan. Me invito
mentalmente a verles de nuevo si mi terruño chorrillero no me lo
impide, cosa complicada dada mi adicción huertana y gatuna.
Por la noche, en la cama, escucho a
Arthur Rubinstein interpretando la Berceuse en re bemol mayor de
Chopin. Elegancia y sutileza mimando la partitura, extraordinaria
comunicación entre él y el piano, dulzura, suavidad.
Mañanas de lectura, Museo de Arte
Flamenco disfrutando de un vino blanco mientras charlo con el
encargado; ni un euro de subvención a pesar de lo bien montado que
está y de las actividades que pone en marcha. Largo paseo hasta el
Parque del Oeste y comida en una terraza. Alegría de la gente
malagueña y alguna cosa más.
Quizá el estar en otro lugar, fuera de la cotidianidad de El Chorrillo, me da la oportunidad de percibir lo que hago como si lo concreto, ese hacer una cosa detrás de otra, todas diferentes, fuera más efímero. Un tiempo global en el que se junta la Pastoral de Beethoven con la lectura de Benítez Reyes, la inmediatez del arte urbano (paseo por el Soho) y lo intemporal del Museo del Arte Flamenco. El lastre de correr tras las cosas sin terminar como si todo tuviera que estar cerrado, atado, enterrado. Al otro lado la paciencia en el tiempo, la espera.
1 comentario:
Unas buenas fotografías alegran mucho esa rilera de palabras que dan testimonio de la humilde cosa que es la cotidianidad.
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