Hace unos días vi Gomorra. Entre los momentos más impactantes de la película uno se grabó en mi ánimo como un sentimiento hiriente que aún ahora no desaparece. Es la escena en que dos jóvenes disparan frenética y compulsivamente en la playa. Dos jóvenes marginados, no ya del mundo acomodado en el que vivimos una parte de los habitantes del planeta, más aún y más dolorosamente marginados de lo sustancial del ser humano. Desgajados de la humanidad dejan transcurrir la vida sin poder acercarse a una mínima conexión entre el razonamiento, el sentimiento, el placer íntimo; sin tiempo para escuchar qué hay dentro de ellos mismos. Llevados a sus actos por una espiral de violencia en la que sólo reina el instinto más primario que busca, por puro instinto, sin que medie un atisbo de deliberación, una pasión, un goce momentáneo que oculte toda la miseria de su existencia. En ningún momento me produjeron una sensación de repulsa. Pasaba de la impresión de lejanía, como quien ve un ser por completo ajeno, al dolor, a la rabia, a la conmiseración. No hay un solo momento de descanso en la historia de estos personajes, su continuo movimiento, incansable hacia un punto que en realidad desconocen, la actividad por la actividad, la vaciedad incluso en la escena más humana cuando uno de ellos baila aparentemente feliz en un chiringuito de la playa en un pequeño descanso entre violencia y violencia y violencia. No pueden escapar, es imposible porque no tienen un contrapeso mínimo de afecto, de inteligencia, de experiencia diferente; eso que viven es lo único que conocen, rayan en la bestialidad, y están solos. Son los únicos personajes de la película que no dejan entrever un ápice de humanidad en su vida. Humanidad en el sentido de pertenencia al género humano; parece que persiguen el poder, el dinero pero éstos no son más que artificios que ocultan la nada de sus vidas.
Un sentimiento hiriente, decía; hiriente porque era la constatación de que hay personas a las que se les ha negado todo. El resto de los hombres, niños o mujeres que aparecen en la película optan en un instante fugaz entre la vida o la muerte, entre la amistad y la seguridad, entre el dominio y la sumisión. Ellos no.
Pocas veces he atravesado la puerta del cine, he salido al ajetreo de las calles, he caminado con una impresión mayor de triste perplejidad.
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