El absurdo más absurdo en También los enanos empezaron pequeños, Herzog. Rebelión sin principio ni fin. Un sinsentido. La risa de Hombre chirriándote en el oído. Sensación de claustrofobia en el paisaje abierto e iluminado. Repugnancia ante el ser humano. Terrible.
13 de julio de 2009
De aquí y de allá
El absurdo más absurdo en También los enanos empezaron pequeños, Herzog. Rebelión sin principio ni fin. Un sinsentido. La risa de Hombre chirriándote en el oído. Sensación de claustrofobia en el paisaje abierto e iluminado. Repugnancia ante el ser humano. Terrible.
27 de junio de 2009
Nostalgia
24 de mayo de 2009
Olor
23 de mayo de 2009
Esta es una plaza
18 de mayo de 2009
Mi casa...
1 de mayo de 2009
Opiniones de un payaso
Lo que vive Hans Schnnier es lo que vivimos todos; nuestros propios problemas y nuestra particular pelea por dilucidar las nada nítidas fronteras entre lo que creemos ser y lo que nos viene dado. La entrega a la vida por encima de los palos que nos da. Quizá la vida sea la auténtica amada del payaso, no sólo de Hns Schnnier, sino de cualquier payaso, de ahí la magistral elección del personaje por parte de Böll.
22 de abril de 2009
Caminando por Asia
14 de abril de 2009
Así me siento
6 de abril de 2009
Inocencia. La pesada carga del alma creciente
21 de marzo de 2009
Tocarse los huevos
15 de marzo de 2009
Como una reina
Ayer viví un momento casi divertido cuando el médico me quitó la venda. Yo estaba pendiente de lo que iba a ver mientras capa tras capa el vendaje desaparecía y mi pie volvía a ser pequeño. Cuando quedó al descubierto no lo reconocí. Mi dedo pulgar era precioso, recto, elegante, el lateral suave, sin accidentes geográficos de ningún tipo, pero… el resto más bien parecía el pie de la novia de Frankestein. Dos líneas de grapas surcaban mi lindo piececito desde la mitad del empeine hasta el inicio de los dedos. Todo un pellizco de carne sujeto en sentido longitudinal como si la grapadora hubiera agarrado como dios le diera a entender las orillas de las rajas por las que me habían serrado el hueso y sujetado los tendones. El médico, a todo esto, extasiado, enamorado de su obra. Los traumatólogos son los médicos más narcisistas que conozco. Yo, si hubiera sido médico, por otra parte, habría sido traumatólogo; es como un juego, como una actividad de bricolage, la sierra por aquí, la grapadora por el otro lado, vamos a medir el ángulo para que el dedo no se tuerza en dirección contraria, aprieta bien los tornillos, no se vayan a desviar, acércame la lima, ahora la lija para que quede más suavecito, ¿y si le damos una capa de pintura?...
Hoy sigo en el sofá con la pierna estirada, de manera que le tengo enfrente, a mi pie, digo; de vez en cuando le hago una caricia o le doy calorcito para que se calme; tengo todo el tiempo del mundo, nunca hubiera dama tan bien servida. Me rodean Tournier, Gracq, la historia de la literatura de Francisco Rico, los poemas de Rosa Romojaro, las pelis de Ford y música y más música. Esta tarde le tocó a Artie Shaw, su clarinete y su orquesta, una de las primeras big band blancas, aunque Billie Holliday y algunos otros músicos negros cantaban o tocaban en ella, por supuesto entrando por la puerta de atrás. Vergüenza. Ignorancia.
Aquí está Artie Shaw en un fragmento de la película Al fin solos, con Fred Astaire y Paulette Godard.
8 de marzo de 2009
El pony rojo y Donizzeti
Esta vez, el blog amigo de Joseph Rumbau no me dio las buenas noches; estaba yo, en ese momento, viendo El pony rojo, de Milestone. Fue esta mañana cuando, ya sentada en el sofá, con mi dolorido y frankesteiniano pie izquierdo sobre el cojín blandito y mórbido que Lucía y Quique me regalaron ayer, abrí el reader y me encontré con este delicioso y simpático fragmento de La hija del regimiento de Donizzeti. Nada que añadir al comentario de Joseph Rumbau.
Volviendo a El pony rojo. Comencé a verla con una cierta pereza, la recordaba vagamente como una de tantas películas vistas cuando era pequeña y mi interés estaba principalmente en la banda sonora de Aaron Copland. Fue una agradable sorpresa, y no sólo por el guión de Steinbeck, basado en su propio relato, y por la preciosa fotografía de Tony Gaudio. El tema principal de la película es la iniciación de Tom en la naturaleza de la vida, en la intimidad natural entre vida y muerte, pero como nos identificamos o nos acercamos instintivamente a aquellos personajes en los que hay algo de nosotros mismos o de lo que percibimos que puede haber en un futuro próximo, mi interés se centró instintivamente en otros aspectos de la película; hace muchos años mi personaje fue Tom, el niño protagonista, aunque entonces no fuera en absoluto consciente de su aprendizaje; anoche simplemente le miraba con simpatía mientras mi ternura respetuosa iba dirigida al abuelo. Un anciano que, después de haber vivido una vida difícil y aventurera, anda despistado sin encontrar su hueco en la familia. Cuando medio dormido se acerca al establo para ayudar a Billy Buck , se está integrando activamente, a través de las preocupaciones y sufrimientos de su nieto, en la vida del grupo familiar; una integración que no deja de tener su parte dolorosa al reconocer en voz alta el abuelo que la época del Oeste, su época, en la que vivía inmerso, ha desaparecido.Ciertamente, anoche, los otros personajes no me interesaban demasiado.
26 de febrero de 2009
Impacto. Un poema de Tsvietaieva
Valle de lágrimas,
amor terrestre.
Las manos: luz y sal.
Y los labios: sangre y alquitrán.
Del lado izquierdo del pecho
sintió la frente el trueno.
La frente contra la piedra
¿Quién te amó de esta manera?
¡Oh Dios con sus planes! ¡Dios con sus inventos!
Y: con la alondra, y: con la enredadera,
y: a puñados: fui arrojada por completo
con mis tranquilidades - y mis fierezas,
con mis arcoiris
mis furtivos acercamientos, mis balbuceos...
¡Vida querida!
¡Aún voraz!
Acuérdate de la herida
en el hombro derecho.
Gorjeo en la oscuridad...
¡Con las aves me despierto!
Mi aparición radiante
en tus anales
Marina Tsvietaieva
12 de junio de 1922
Canta Elena Frolova
8 de febrero de 2009
Leyendo a Tsvietaieva
A poco que nos descuidemos vivimos sin enterarnos de que vivimos.
Pasan los años y mirando hacia atrás sólo soy capaz de ver en medio de una nebulosa algunos objetos, algunas escenas, algunos rostros desvanecidos apenas destacándose sobre la niebla del pasado. Marina Tsvietaieva dice en su retrato de Natalia Goncharova, de la que un biógrafo afirmaba que “su vida es tan pobre en acontecimientos que ni siquiera sabes cuál mencionar, salvo las fechas de inauguración de sus exposiciones”, que los acontecimientos exteriores a uno mismo en realidad no existen, sólo toman vida cuando se convierten en acontecimientos interiores. Una vida plena, una vida llena de acontecimientos; son expresiones que no tienen relación por si mismas; si esos acontecimientos son exteriores a uno, por grandes que sean objetivamente no sólo no tienen importancia sino que pierden su existencia; la vida es plena cuando los acontecimientos exteriores se han incrustado, asimilado a nuestra vida interior, se han convertido en acontecimientos interiores.
“Confieso que he vivido”. La frase de Neruda me persiguió durante muchos años; yo quería tener esa sensación cuando llegara el momento de la muerte. ¿Acontecimientos externos? No son los viajes los que me permitirán sentir esa plenitud al final de mi existencia, ni las relaciones y amistades rompedoras con el buen criterio social, ni mis años de dedicación a la enseñanza, tampoco las decisiones, a veces algo peculiares, en la educación de mis hijos. Es el camino puramente interior que esos hechos han trazado al incorporarse a mí y plasmarse en la presencia permanente del deseo claro y obstinado de dirigir mi propia vida, en el proceso de creación interna de esa vida.
Hay personas, como Goncharova, que crean obras que traspasan lo íntimo, que salen a la luz y que se convierten en creaciones que a su vez inciden en la vida de los otros como esos acontecimientos externos que, en unos casos serán apropiados por el espectador, el lector o el oyente penetrando en su ser, asimilándose a su intimidad, formando parte de su camino mientras que en otros quedarán simplemente como una bella o interesante anécdota hallada en el trayecto. No soy una persona creadora en ninguna de las artes a las que podemos acercarnos todos, me falta imaginación, tal vez sensibilidad o quizá la capacidad de exteriorizarla, pero cuando me paro y miro hacia atrás, hacia esa nebulosa que envuelve las imágenes del pasado sí me reconozco artífice (en su significado de creador, no de técnico ni constructor) de mi vida interior que a su vez puede reflejarse, poco o mucho, da igual, en lo que puede ser considerado como acontecimiento externo.
Los creadores considerados habitualmente artistas no reciben a las musas cuando amanece o cuando se toman un café después de comer, trabajan para preparar su llegada y para estar bien despiertos en el momento en que éstas atiendan su llamada. En eso nos parecemos nosotros, modestos creadores, en el esfuerzo por ese estar despiertos, atentos a recibir lo que sucede a nuestro alrededor para, en una conversación silenciosa (o no) con nosotros mismos, escuchando lo que nos pide el cuerpo, sintiendo el dolor, el vértigo, el deseo, intentar darle forma al barro, componer la música, trazar las líneas adecuadas para convertir nuestra vida en una pequeña obra de arte. El que lo consigamos o no lo iremos percibiendo día a día, o de vez en cuando, quizá lo sabremos al final, pero no habrá ningún crítico que pueda decidir si el trayecto de nuestra vida ha sido o no una obra de arte. Porque esa creación no se plasma en un objeto, sea libro, partitura o lienzo, sólo lo hará en otras vidas y éstas lo transformaran en un ingrediente de la suya propia o simplemente figurará como un recuerdo, un acontecimiento externo.