26 de agosto de 2010

Pie de foto





 Me ha invadido una apremiante necesidad de entrar a cenar en un McDonald. Es una vacuna para impedir que el ambiente me supere. Comenzaba a inquietarme mi manera de andar, de no mirar, de impacientarme, quizá cansancio de viajar durante un tiempo seguido por un ambiente mísero. Miseria: quiere decir suciedad, violencia contenida, o sin contener, un hombre con la mirada ida que empuja a los transeúntes exigiendo paso violentamente, basura amontonada en la calle, sudor, polvo, humo negro y denso de los vehículos, puñetazo que lleva al adversario al suelo e inicia una pelea bestial en pleno centro de la ciudad, la tremenda dificultad para salir adelante de un pueblo machacado por el oligarca de turno durante siglos. Buscamos, con una cierta premura —demasiada oscuridad en las calles, aunque son sólo las 7— un sitio para cenar, y en medio de los puestos de tacos y tortas de siempre, de la oscuridad, del calor, del humo, aparece luminosa, limpia, fresca, la representación del Tío Sam, de uno de los mayores culpables de esta miseria, y hacia allí se dirigen estos viajeros que, emplazados en su inevitable y bochornosa contradicción, no pueden negar sus orígenes. Una hamburguesa doble con ketchup —eso sí, con dos tortillas de maíz a modo de pan para separar los dos trozos de carne, la concesión consabida del McDonald al país de turno—, un Sprite, un lavado de manos con jabón y secador automático y nos vamos tan contentos. Nos tienen que abrir, son las 8 y ya han cerrado, a partir de esa hora no parece muy seguro andar por la calle.

“Hotel El Refugio, atención esmerada”
¿Un rato o toda la noche? Una muchacha morena de mirada aburrida nos pregunta tras la reja de la puerta. Pasamos. Sentados uno  a lado del otro, una pareja mayor, gruesa, ambos lo son, regenta el hotel de atención esmerada. Sobre una pequeña mesa situada delante de la puerta de lo que se supone su habitación, el libro de huéspedes. Un patio amplio, descuidado, al que dan las habitaciones de los alojados, casi todos, de un rato. La habitación es oscura, un ventanuco y la puerta es el contacto con el exterior, el patio; las paredes, desconchadas, amarillas y verdes dan el toque acogedor a lo imposible. En un rincón, tras una cortina, un grifo de ducha y una taza de water. Me pongo directamente bajo el tubo que hace las veces de ducha, el agua me aclara y me inyecta energía, elimina mi cansancio. Lista para seguir.


2 comentarios:

rubén dijo...

Retazos arrancados de algun viaje escritos con maestría Victoria como la mejor metáfora de un poema.
Un beso

Noches de luna dijo...

Sí, de un viaje por Latinoamérica, en concreto El Salvador.

Gracias, Rubén.
Un beso
Victoria