26 de septiembre de 2010

Instantes



He perdido el hábito de la escritura. Mi parcela está tan patas arriba como yo que no soy capaz de centrarme apenas en nada. Hasta las cinco o las seis de la tarde se oye el ajetreo de los obreros alrededor de la casa; de ellos, tres jovenzuelos ‑casi podría decir secundarios, como esos chavales que hace tres años tenía delante de mí en clase‑ que esta mañana  se comportaban como lo que eran, postadolescentes que necesitan demostrar su hombría mal entendida ante una mujer que les indicaba de qué manera tenían que rematar las fuentes que estaban levantando en distintos lugares de la parcela.

Parece que con el paso del tiempo se va diluyendo esa simpatía que me provocaba cualquier mozalbete que me recordara mis tiempos de profe de instituto. Menos mal que me hizo recuperar la sonrisa otro secundario, el repartidor del super, que se dio un trastazo con los huevos en la mano (no los suyos, evidentemente) al enredarse sus piernas con la cariñosa Gaza que se vuelve loca de alegría cuando le ve como si supiera que le trae el bote de carne que come de vez en cuando y las golosinas que le doy cuando se porta bien. Se levantó tan rápido como nos levantamos todos cuando nos sentimos ridículos por una caída o un traspiés, dijo en medio de un suspiro “no se ha roto nada”,  antes de que soltara un “me cago en la gran puta” al descubrir que se había dejado parte del pedido en la tienda; estaba claro que hoy no se había levantado con el pie derecho.

Así que me dije, olvidando a los postadolescentes y mientras escuchaba a mi chico hablar de la obra, de los remates que tendrían que hacer, de que el lugar donde tenían que echar el hormigón no estaba nivelado, del escalón que habían hecho demasiado bajo, de…, que tenía que volver a mi blog, que le echaba de menos,  aunque yo no escribiera, aunque sólo fuera con este poema  que me enviaron hace unos años Lucía y Quique; no es buena poesía y quizá parece sacado de un libro de autoayuda, pero ello no es óbice para que su contenido pueda ser un ejemplo de una buena forma de vivir la vida.

Instantes

Si pudiera vivir nuevamente mi vida, 
en la próxima trataría de cometer más errores. 
No intentaría ser tan perfecto, me relajaría más. 
Sería más tonto de lo que he sido, 
de hecho tomaría muy pocas cosas con seriedad. 
Sería menos higiénico. 
Correría más riesgos, 
haría más viajes, 
contemplaría más atardeceres, 
subiría más montañas, nadaría más ríos. 
Iría a más lugares adonde nunca he ido, 
comería más helados y menos habas, 
tendría más problemas reales y menos imaginarios. 

Yo fui una de esas personas que vivió sensata 
y prolíficamente cada minuto de su vida; 
claro que tuve momentos de alegría. 
Pero si pudiera volver atrás trataría 
de tener solamente buenos momentos. 

Por si no lo saben, de eso está hecha la vida, 
sólo de momentos; no te pierdas el ahora. 

Yo era uno de esos que nunca 
iban a ninguna parte sin un termómetro, 
una bolsa de agua caliente, 
un paraguas y un paracaídas; 
si pudiera volver a vivir, viajaría más liviano. 

Si pudiera volver a vivir 
comenzaría a andar descalzo a principios 
de la primavera 
y seguiría descalzo hasta concluir el otoño. 
Daría más vueltas en calesita, 
contemplaría más amaneceres, 
y jugaría con más niños, 
si tuviera otra vez vida por delante. 

Pero ya ven, tengo 85 años... 
y sé que me estoy muriendo.


                  Don Herold, adaptación: Borges



2 comentarios:

rubén dijo...

La vida es un estado de ánimo y tú abriendo fuentes, enseñándonos tu porche en la niebla, riéndote de una caída parece que eres la autora de ese poema, la maestra que se sube al estrado y que no sé de dónde sale una luz que se clava en cada pupitre.
Besos

Noches de luna dijo...

Sí que es verdad, Rubén, la vida es un estado de ánimo. Lo noto yo un montón estos días cuando paso una buena parte de mi tiempo fuera de lo que hago normalmente por costumbre y por afición. Y aprendo a no tener prisa y mi ánimo pasa a ser protagonista de mi vida cotidiana.

Gracias por escribirme tan bonito.
Besos
Victoria