Después de cuatro años sin moverme de
El Chorrillo salvo dos o tres escapadas a Toulouse he vuelto a viajar
aunque esta vez ha sido un viaje aburguesado, nada que ver con mis
andares por otros continentes macuto a la espalda, ni siquiera con
los viajes por Europa en furgoneta. Vamos, que no ha sido propiamente
viajar, más bien pasearme por tres ciudades, Amsterdam, Bélgica y
París, utilizando hotel o apartamento, tren de alta velocidad
(maravilla de las maravillas eso de poder elegir los días con
ofertas baratas) y algún que otro restaurante. Y por primera vez
compartiendo muchísimas horas con mi amigo Antonio.
Había estado en Amsterdam en el 84 cuando nuestro hijos tenían cinco y siete años. Viajábamos en una furgoneta comprada de segunda mano y que anteriormente había estado dedicada a transportar durante años, creo recordar, pescado, lo que hizo que nos costara bastante trabajo prepararla para vivir los cinco en ella durante los meses de vacaciones. Quedó preciosa (por dentro, se entiende) y muy bien adaptada a las necesidades tanto de los peques como de las nuestras. Duró unos cuantos años hasta que un día, cerca de Talavera se paró definitivamente lo que derivó, en el verano siguiente, en la primera travesía de la alta ruta de Pirineos para lo que evidentemente no necesitábamos más que las piernas.
Así de jovencita era yo entonces |
No escribí nada durante aquel viaje
por Holanda y Escandinavia y mis recuerdos de aquella estancia en
Amsterdam son sólo imágenes aisladas: un parque en el que dormimos
y del que nos echó la poli por la mañana temprano, los canales,
algún molino, las visitas a los museos de Van Gogh y Stedelijk y,
sobre todo, el puente sobre uno de los canales desde el que Mario
jugaba a pescar y donde Guille hizo un dibujo que, traspasado a
madera, sigue decorando los bajos de la cama que perteneció a Mario.
Así que en gran parte éste de ahora ha sido un primer viaje a Amsterdam, ventajas de ser una desmemoriada. Cuatro días de paseos con lluvia, frío, sol, calor asfixiante, así que conocimos la ciudad en todas sus posibilidades climáticas.
En el Rijksmuseum Rembrandt anciano parece decir que así es la vida, que lo que hay no es lo esperado, las ilusiones desaparecen y queda un poso de tristeza y escepticismo. De Vermeer me gustan las escenas cotidianas e íntimas como en La mujer leyendo una carta. Franz Hals siempre me ha hecho disfrutar a través de sus retratos, tanto individuales como colectivos, personajes llenos de vitalidad y naturalidad, captados, como si de una fotografía se tratase, en momentos precisos de su actividad habitual. Pero también las pequeñas obras de Pieter de Hooch a través de las que puedo acercarme a la vida diaria de los holandeses del XVII.
Así que en gran parte éste de ahora ha sido un primer viaje a Amsterdam, ventajas de ser una desmemoriada. Cuatro días de paseos con lluvia, frío, sol, calor asfixiante, así que conocimos la ciudad en todas sus posibilidades climáticas.
En el Rijksmuseum Rembrandt anciano parece decir que así es la vida, que lo que hay no es lo esperado, las ilusiones desaparecen y queda un poso de tristeza y escepticismo. De Vermeer me gustan las escenas cotidianas e íntimas como en La mujer leyendo una carta. Franz Hals siempre me ha hecho disfrutar a través de sus retratos, tanto individuales como colectivos, personajes llenos de vitalidad y naturalidad, captados, como si de una fotografía se tratase, en momentos precisos de su actividad habitual. Pero también las pequeñas obras de Pieter de Hooch a través de las que puedo acercarme a la vida diaria de los holandeses del XVII.
Llueve en cantidad y llegamos
chorreando al barco-hotel. Tiene una parte común, luminosa y
agradable donde tomarte un café y leer tranquilamente y una terraza
de la que podremos disfrutar las dos últimas noches ya sin lluvia ni
frío.
¿Y qué comemos al día siguiente de
nuestra llegada? Compartimos una ración de chorizo frito, unas
sardinas a la plancha, y champiñón al ajillo que a pesar de
servírnoslo en una tasca española tiene encima un gruesa capa de
queso que tapa totalmente el sabor al ajito frito que esperábamos.
Me decido a entrar con Antonio al museo Van Gogh. Tenía un recuerdo
muy claro de este museo y dudé entre él y el del trópico por esa
afición a la historia que mantengo. No había días para todo lo que
podía interesar, la próxima vez. Antonio que está enamorado hasta la médula de Van Gogh no sale del museo hasta que le echan, yo espero fuera rodeada de españoles y latinoamericanos.
¡Ah! Y no olvidar la preciosa e interesante casa de Rembrandt.
¡Ah! Y no olvidar la preciosa e interesante casa de Rembrandt.
2 comentarios:
Me gusta, deberías animarte. Cuando desempolvas la memoria y lo mezclas con el presente queda muy bien.
Y por memoria no va a faltar...
Gracias, Pichón. Lo intentaré aunque son los hechos y sensaciones a recordar lo que no faltan, otra cosa es la memoria.
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