Surrealista, sugerente, dinámica e imprescindible.
La primera parte de Entreacto, creada para ser proyectada tras la obertura del ballet Relâche del que Francis Picabia escribió el libreto, anuncia el cautivador y perturbador despropósito de lo que va a ser el resto de la película, proyectada en su estreno durante el intermedio del ballet.
Erik Satie puso la música, una partitura que no cumple una simple función de acompañante. La música y las imágenes se integran en una sola entidad, hay una compenetración total entre el ritmo sonoro y el visual.
No hay historia pero sí un guión, escrito a partir de unas anotaciones de Picabia, que comprende sucesivos fragmentos inconexos unidos entre sí por el leitmotiv de la imagen de una bailarina. La película nos golpea desde distintos ángulos: sorprende, inquieta -por ejemplo con esas cabezasglobos que se deshinchan-, rompe con la normal percepción de lo real mediante superposiciones, fundidos, giros, cambios de perspectiva y encuadres incoherentes, divierte cuando juega, cuando hace malabarismos con las imágenes y además nos intriga y atrapa mientras narra la aventura surrealista de una carroza fúnebre, su ataúd y sus acompañantes con un ritmo musical y visual cada vez más rápido, y en la que no sucede nada, pero corremos junto a los dolientes y la carroza, cada vez más y más de prisa por caminos, carreteras, campos, parques de atracciones, cruzándonos con barcos, aviones, coches, bicicletas llegando a un final que es como la guinda de un pastel, pequeña pero imprescindible y que cierra la película con un guiño que invita a sonreír.
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