2 de febrero de 2015

Evolución y muerte. T.S. Eliot y Fauré



El pico Mondalindo en Valdemanco

En su poema Animula, Eliot habla de la evolución del alma y de la muerte, fin último en este caso teñido de su religiosidad, pero a mí me transmite más el tránsito del espíritu, de nuestra sustancia personal a lo largo de la infancia, de la juventud y de la madurez. También la muerte, inevitable en la lectura de los últimos versos, esa muerte a la que nos aproximamos desde el momento en que nacemos. Aunque me estorba algo su carácter religioso y, en estos momentos, su visión triste de la vida, ello no niega un profundo contacto con los sentimientos sombríos que rondan muy a menudo nuestra existencia.


 Animula

"Brota de la mano de Dios el alma sencilla"
a un liso mundo de luces cambiantes y ruidos,
a lo luminoso, oscuro, seco o húmedo, helado o tibio;
moviéndose entre las patas de mesas y sillas,
subiendo o cayendo, agarrándose a besos y juguetes,
avanzando osadamente, alarmándose de repente,
retirándose al rincón de brazo y rodilla,
empeñada en ser tranquilizada, complacida,
en la fragante brillantez del árbol de Navidad,
complacida en el viento, la luz del sol y el mar;
estudia los soleados arabescos del suelo,
y los ciervos que corren en torno a una bandeja de plata;
confunde lo real y lo fantástico,
contenta con naipes y reyes y reinas,
lo que hacen las hadas y lo que dicen los criados.

La pesada carga del alma creciente
me desconcierta y me molesta más cada día;
semana tras semana, me molesta y desconcierta más
con los imperativos de "es y parece"
y debe y no debe, deseo y dominio.
El dolor de vivir y la droga de los sueños
enroscan a la pequeña alma en el asiento de junto a la ventana
detrás de la Enciclopedia Británica.

Sale de la mano del tiempo, el alma sencilla
indecisa y egoísta, malograda, tullida,
incapaz de seguir adelante o retirarse,
temiendo la cálida realidad, lo bueno ofrecido,
negando el importunar de la sangre,
sombra de sus propias sombras, espectro en su propia tiniebla,
dejando papeles desordenados en un cuarto polvoriento;
viviendo por primera vez en el silencio después del viático.

Rezad por Gutiérrez, ávido de velocidad y fuerza,
por Boudin, estallado en pedazos,
por éste que hizo una gran fortuna,
y aquél que se fue por su lado.
Rezad por Floret, muerto por el podenco entre los tejos,
rezad por nosotros ahora y en la hora de nuestro nacimiento.

Poemas de Ariel (1927-1954)


Jardín Botánico, Madrid

El Requiem de Fauré no dramatiza la muerte, en él no está presente el temor, el miedo que solemos llevar dentro, en él no incluye el Dies irae, el horror a la ira de Dios y, por el contrario, está más presente el sentimiento de paz, descanso y tranquilidad que alberga el último movimiento: In paradisum. Decía: "Se ha dicho que mi Réquiem no expresa el miedo a la muerte, y ha habido quien lo ha llamado un -arrullo de la muerte-. Pues bien, es que así es como yo veo la muerte, como una feliz liberación, una aspiración a una felicidad superior, antes que una penosa experiencia.”



    In Paradisum deducant te Angeli;
in tuo adventu
suscipiant te martyres,
et perducant te
in civitatem sanctam Jerusalem,
Chorus Angelorum te suscipiat,
et cum Lazaro quondam paupere
aeternam habeas requiem.

Que los ángeles te conduzcan al paraíso;
que a tu llegada te reciban los mártires
y te guíen a la ciudad santa de Jerusalén.
Que un coro de ángeles te reciba
y con Lázaro, otrora pobre,
goces de eterno descanso.

1 comentario:

Alberto de la Madrid dijo...

Hermoso ese arrullo de la muerte, en las palabras y en la música de Fauré