Sierra de Gata. Tras una fuerte subida
monte a través llegamos a la zona cubierta por la nieve. El paisaje
es cada vez más hermoso. Desde la cumbre del Cotorno de las
Berroqueras se divisa la llanura de Salamanca con Ciudad Rodrigo
descollando sobre los demás pueblos; al otro lado, los caseríos de
Cáceres y al fondo, muy lejos, Gredos embellecido por la neblina y
cubierto de nieve. Descendemos casi rodando, la nieve nos llega en
momentos hasta la cintura. La noche nos sorprende ante un panorama de
paredes y cortados, imposible encontrar el camino a El Gasco.
Dormimos atados a una roca. El cielo está colmado de radiantes
estrellas.
Al amanecer descendemos ayudados por la
cuerda. Por fin encontramos el camino que nos lleva hasta El Gasco.
Frente a nosotros se divisa una vertiente recortada en pequeñísimas
parcelas cultivadas aprovechando al máximo la tierra a pesar de la
dificultad del desnivel.
El Gasco. "El Gasco es lo peor de
la zona", nos habían avisado en otros caseríos. El
recibimiento es insólito, los chavales nos saludan a pedrada limpia
desde arriba del monte. El entorno es opresivo, cuerpos traumatizados
por la enfermedad, rostros que reflejan problemas mentales, ambiente
marcado por un atraso cercano a la barbarie. Dos mujeres nos hablan
de muertes, de enfermedades que retienen a sus hombres en casa, de
muchos hijos, algunos de ellos con taras importantes. Un lugar
olvidado por el mundo.
De Martinlandrán a Aceitunilla. A
Martinlandrán llega la carretera, lo que supone un cambio radical
respecto a El Gasco a pesar de los pocos kilómetros que hay de una
población a otra. Después de comer una exquisita ración de cabrito
asado continuamos hasta El Cerezal donde trabamos conversación con
unos mozos de Aceitunilla que, procedentes de Suiza, pasan unos días
en su pueblo; nos tomamos unos cubalibres con ellos y nos acercan en
el coche a Nuñomoral. Nos cuentan que han pasado catorce años
trabajando en Suiza.Ya es de noche cuando llegamos. En un bar
propiedad de una pareja alquilamos una habitación. Por la mañana
cogemos la carretera sin asfaltar que lleva a Aceitunilla, la luz
acentúa el blanco del rocío que cubre la tierra, una fiesta para la
vista. La gente baja a misa a Nuñomoral, a la vuelta nos encuentran
tumbados disfrutando del sol. Una anciana se empeña en que somos
Testigos de Jehová, han aparecido por estos pueblos pero la gente
los echa porque según ella "rechazamos lo nuevo y porque han
causado mucho daño separando matrimonios y creando malos quereres".
Aceitunilla. (Han pasado cuarenta años
y aún tengo grabada la escena que vivimos en el bar de este pueblo.)
Los chavales nos han seguido por el pueblo hasta un bar; cuando se
marchan queda ante nosotros una niña de ocho o nueve años. Tratamos
de hablar con ella sin conseguirlo. Nos damos cuenta de que no sabe
hablar y de que apenas ve, pero lo peor es que demuestra un gran
sufrimiento, Gime, se le saltan las lágrimas. Me da la impresión de
que, a pesar de la opinión del dueño del bar, su problema no es de
retraso mental sino de imposibilidad de poder expresarse. Según nos
cuentan, no sé si será cierto, el Cottolengo había dado a elegir a
los padres entre llevar allí a la niña o darles 1500 pesetas y los
padres habían optado por esto último, lo preferían o lo
necesitaban.
Dormimos en el monte, por la mañana
nos despiertan los hombres que van a varear los olivos.
Riomalo de Arriba. Atravesamos monte de
nuevo hasta llegar a Riomalo de Arriba. Un vecino nos cuenta de sus
esfuerzos en solitario por solucionar problemas del pueblo, tiene
conciencia de la necesidad de cambio pero no encuentra ayuda en sus
convecinos. Nos dice que es un enamorado de su tierra, de los
canchales, de las piedras y de los pocos olivos que hay pero reclama
su derecho a tener agua en casa, teléfono, televisión y carretera.
Ladrillar. Un hombre mayor, unos
setenta años, nos lleva a un bar, está cerrado y avisa al dueño
para que nos atienda, mientras viene nos cuenta que "Camilo
Alonso Vega vino una vez por aquí y mandó edificar unas casa todas
iguales, las que se ven por detrás del bar, y que están
deshabitadas u ocupadas por madrileños en vacaciones porque no
sirven para el ganado" Por lo visto el buen Camilo, por entonces
Ministro de la Gobernación, visitó Las Hurdes pero se quedó en
Ladrillar. El Gasco, Riomalo... no existían para él.
Cabezas. Se terminó la sencillez, la
charla fácil y hasta esos cabritos tan deliciosos. Aquí cada uno
vive su mundo. En el bar el alcalde, con aire prepotente y aspecto
caciquil, nos pide la documentación.
Regreso a Madrid. Cabezas, Las Mestas,
Riomalo de abajo, Sotoserrano. Se nos acaba el viaje. Continuamos en
autostop en varias etapas hasta Sotoserrano, un pueblo precioso con
un prado estupendo para tomar el sol. Muy buen recuerdo del pueblo,
de su gente y, sobre todo de la familia dueña de la posada, una
mujer dulce y delicada y unos niños encantadores.
31 de diciembre de 1975
Paisaje de niebla y escarcha desde el
autobús. Este viaje ha supuesto un contacto directo con la fría
realidad, no sirven de mucho los libros, las películas o las
fotografías al lado de esta visión directa de Las Hurdes.
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