Camino hacia Ucrania, 23 de agosto
Parece que los días han transcurrido rápidamente cuando veo la fecha en la que dejé las últimas líneas, pero no, van despacio, tranquilos, suaves. No he viajado nunca así, sin ninguna prisa, sin apenas saber la hora. Anoche llovió y llovió, por la mañana continuó igual; total que era mejor seguir en la cama calentitos oyendo las gotas de agua sobre el techo del coche. Aclaró un poquito y aprovechamos para ponernos en funcionamiento, cuando miré la hora, al salir de allí era la una del mediodía. Fue una mirada indiferente, daba lo mismo una hora que otra.
Me voy muy satisfecha de los días pasados en Hungría: agradables, plácidos. Ciudades bonitas, llenas de color, como Gyor y Vac; un paseo por Budapest y otro por el Parque Nacional Bükki, al norte del país. También, carreteras pequeñas junto a llanos rodeados por colinas o cruzando bosques tupidos de hayas, la compra del día en algún super, riquísimas comidas en las ciudades y tiempo reposado para leer, escuchar música o ver una peli.
Anoche, Pushing Hands, de Ang Lee. Lástima de ese fragmento casi al final en el que el protagonista hace una demostración de su poder mental más propia de una película de Kung Fu que de la bella historia que narra Ang Lee, fue el único mal paso; el principio es muy bueno, entramos rápidamente en el problema que plantea la película sin necesidad de palabras, sólo con un montaje y unos encuadres perfectos, la mujer que aparece en pantalla tiene los nervios a flor de piel y el hombre actúa, pero sólo de puertas afuera, como si no hubiera cambiado de país y de costumbres. El ambiente está tenso. Ya estamos dentro, es un magnífico comienzo.
Mañana o pasado, Ucrania. Este viaje de un mes, con mi idea de volver pronto a Madrid se ha convertido en un dejarse llevar por los días y por los kilómetros. Estoy muy a gusto.
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