13 de enero de 2010

La costa de Montenegro







Cerca de Buvda, en un acantilado, 20 de septiembre
Ayer escuchaba a Chocolate, qué extraordinaria voz y qué fuerza. No sé quién le acompañaba a la guitarra, lo miraré en casa pero era magnífico. Recuerdo a mi amigo Antonio y el concierto que fui a ver con él poco antes de morir Chocolate, en la época de mi introducción al flamenco.


Paseamos por Cetinje, la antigua capital de Montenegro, bonita y pequeña ciudad, como me gustan a mí, con un palacio, el de Njegos Biljarda, sencillo a lado de tantas lujosas viviendas de reyes a lo largo del mundo, y el monasterio, a los pies del monte Lovcen. Es una ciudad fundamental en la historia de Montenegro, tanto a nivel cultural como político. Un lugar agradable, turístico sin llegar a agobiar y tranquilo.







La bahía de Buvda es, como el resto de la costa montenegrina, una preciosidad. Un perro cariñoso se acerca a nosotros, le gusta que le acariciemos e intenta lamerme la mano. Es un perro con collar, un perro de esta costa turística en camino rápido a convertirse en una sucesión de edificios que arrasarán con los bosques y vegetación que hacen tan hermoso este lugar. Es un privilegiado a lado de los perros que hemos visto desde que entramos en Ucrania hasta ahora.




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