13 de enero de 2010

De Roma a Tarquinia





Tarquinia, 17 de octubre

Dice Julián Gracq sobre las esculturas de las tumbas etruscas que son “algo intermedio entre el éxtasis búdico y la repleción gastronómica”, lo comparto, también se podría aludir a la alegría de vivir los placeres del cuerpo. No se encuentran fácilmente rostros y expresiones como estos en los que la muerte y la vida estén tan unidas.



Llegamos aquí después de una semana de paseos por Roma y el Vaticano y una noche preciosa junto al mar, en las cercanías de Civitavecchia.







Instalamos nuestra vivienda ambulante en un camping tranquilo y silencioso, ventajas del otoño, y dedicamos el día a ejercer de turistas típicos: Trastevere, el Foro, la Plaza de España, la Fontana de Trevi, etc. Habíamos estado en Roma hace muchos años y apenas recordaba nada salvo el Coliseo, así que fue como un primer viaje a una ciudad maravillosa, espléndida, llena de interés… y de asaltos al turista.

Me encantan los italianos, tenemos amigos en este país y me siento muy a gusto siempre, pero… mira que les apasiona a algunos pulir los bolsillos de los turistas, sean nacionales o foráneos; alguna bronca nos costó el intento de timarnos en algún restaurante, también soportamos con algo de estoicismo y bastante humor el tiempo más que excesivo que transcurría entre plato y plato el día que comimos en el Trastevere.
















Lo más impactante, sin duda, fue el ambiente de feria estimulada y avivada por todo ese folklore que se cierne en el Vaticano, la insultante riqueza, tanto procedente del puro negocio como la acumulada en patrimonio histórico y artístico; si Jesús levantara la cabeza volvería a coger el látigo. Recordaba la vez que coincidimos en Guatemala con la visita del Papa, aunque aquello era más sangrante, el fondo es el mismo; en el post Del modo debido, escrito hace unos años transcribí el recuerdo de aquel día.
















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