Kiev, 30 de agosto
Paramos en un complejo que comprende un par de hoteles, un camping, un café en el que tardan hora y media en prepararnos unos trozos de pollo a la barbacoa y un recinto para un juego de guerra del que conocía la existencia pero no recuerdo el nombre. Un grupo de jóvenes vestidos de soldados, equipados con máscaras y armas se hacen la guerra dentro de un espacio protegido por redes que se asemeja a un campo de batalla con todo lo necesario para la campaña bélica. Resulta un tanto espeluznante ver estos juegos cuando acabo de terminar El miedo, de Gabriel Chevallier. Una novela autobiográfica que se desarrolla durante la primera guerra mundial y que relata en primera persona los sentimientos y sensaciones de un soldado durante los cuatro años del conflicto. El miedo es el protagonista. Echa por tierra todo atisbo de sentimientos heroicos o patrióticos y presenta como única emoción posible y real el miedo, el pánico y sus consecuencias.
A lado, una pareja austriaca está cenando. Al cabo de un tiempo ella se levanta y se dirige a la furgoneta aparcada algo más a la izquierda, entonces veo que la ropa tendida junto al vehículo de él es sólo de hombre y la de la mujer está tendida en otro lugar y me doy cuenta de que viajan cada uno por su cuenta y también de que hablan mucho y ríen, y recuerdo que mi amigo del alma, un día en el Café de los Austrias, distinguía las parejas estables de los amigos o amantes porque los primeros estaban más callados.
Este ambiente me resulta simpático, parece un camping para jubilados. Lleno de campers y furgonetas alemanas y austriacas cuyos habitantes sobrepasan los 60 años. Ahora están todos los austriacos juntos, una docena de personas, hablan y ríen. Un club de jubilados. Buena idea.
Museo de los Pueblos en Kiev
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