25 de noviembre de 2007

Nuestra casa rodante

La Kabilia, Argelia

Durante varios años viajamos en un R4 furgoneta. Los fines de semana, vacaciones, cualquier posibilidad de viajar la aprovechábamos. Estaba preparada para cocinar, dormir y cobijarnos en los días de lluvia. Todo estaba distribuido ajustadamente, imposible desperdiciar un milímetro. Era una obra de arte en la que la imaginación y la precisión se unían.


Marruecos


Su primer viaje fue a Yugoslavia; entonces aún no habían nacido los mellizos y Guille compartía el asiento trasero con un par de amigos, Ricardo, especializado en beberse la leche de Guille y Santiago al que recuerdo dando órdenes de cómo debíamos poner la tienda mientras con las manos en los bolsillos se paseaba tranquilamente mirándonos trabajar. En una moto viajaban Ángel y un amigo suyo que militaba en la ORT y que daba por supuesto que yo, única mujer de la expedición, iba a cocinar para todos día tras día; en Sete, la primera parada que hicimos, cayó bruscamente, y no por propia iniciativa, en la cuenta de que aquello no iba a ser así.


Argelia


Dos años después Mario y Lucía comenzaban a explorar el mundo más allá de Asturias donde un año antes habían nacido. Cruzamos el desierto norteafricano. Por aquel entonces no había pañales en los comercios de Argelia y teníamos que lavar los de tela, nuestras coladas eran fabulosas; tanto como lo era la amabilidad de la gente del desierto y el mosconeo de los chavales alrededor del coche. Luego vino la diarrea de Mario, el médico en Sfax y los días de descanso junto al mar en una playa de Túnez.


Túnez


Argelia


También con ella viajamos a Escandinavia donde comprábamos la comida mirando los precios en lugar de los artículos; Holanda en cuya frontera con Bélgica nos la vaciaron en busca de droga mientras los guajes, de 5 y 7 años miraban asombrados a aquellos señores que iban sacando fuera del coche los libros, los juguetes, los cacharros... y abrían la crema del sol buscando algo que tanto podía estar allí como entre sus ropas o en el azúcar o la sal.


Pirineos, Portugal, París...

Su último viaje fue un recorrido por los Alpes, Austria e Inglaterra. De entonces son las imágenes de un Munich en el que durante siete días llovió a cántaros y de nosotros cinco metidos en nuestra casita rodante jugando, leyendo o escribiendo en una máquina que milagrosamente encontró su hueco entre los triciclos, camiones y la guitarra de Guille que ya hacía sus pinitos musicales.


Al año siguiente Lucía y Mario habían crecido como para no caber en los estantes traseros que fueron sus camas durante aquellos ocho veranos.

24 de noviembre de 2007

Me gusta la vida

Malawi

Me gusta ir a su cama por las mañanas y arrebujarme bajo el edredón pegadita a su cuerpo, olvidarme del reloj y levantarme contenta sin mirar la hora.


Mi paladar, mi lengua, mis labios me piden una fruta fresquita; mi mano se pasea entre los kiwis, pomelos y naranjas de la cesta de mimbre y escoge una mandarina de piel gruesa, casi roja; me gusta pelarla, separar sus gajos, retirar la piel de su interior, darle chupetones y exprimir su jugo de forma que su sabor llegue a todos los rincones de mi boca.


Los sábados, después de comer, me gusta tomarme un coñac sentada frente a la parcela, mirar a Curri cómo acaricia con su cabeza la de Andy, le lame las orejas y salta sobre ella para seguir después su paseo entre los sauces mientras Andy queda quieta, impasible mirando al infinito.


El Chorrillo


Me gusta bajar a la cabaña a media tarde y encontrarme con él, al principio no suele hacerme caso, está enfrascado en su tarea, ahora sentado frente a la pantalla del ordenador investigando la cartografía de Lanzarote, trabajando sobre un mapa, trazando el camino de ayer por la Pedri, con el GPS encima de la mesa. No me mira, sabe que estoy ahí y me cuenta, o simplemente habla en voz alta, sobre lo que hace. Cuando se vuelve hacia mí le digo lo bien que me siento los fines de semana sin moverme de casa, le hablo del inglés que he repasado, de mi idea de volver a tocar el piano.


Me gusta fumar un cigarrillo mirando la luna.

Me gusta hablar con mi amigo Conrado. Su conversación es apacible, sugerente, siempre interesante. Y me gusta sentarme junto a él porque es cariñoso, tierno y afable.


Guanajuato, Méjico


Me gusta el cine. El hombre que mató a Liberty Valance, anoche antes de irme a dormir sola porque me gusta ir a su cama por las mañanas, meterme bajo el edredón sin despertarle y seguir durmiendo junto a él.