30 de noviembre de 2010

Un mero murmullo



Paseando por el olivar escucho en Videodrome, de Radio 3, fragmentos de Mi nombre es Joe y Solas. Mi nombre es Joe es la historia de un ex-alcohólico que se dedica a ayudar o colaborar con la gente joven de un barrio marginal, mientras él poca ayuda recibe de una sociedad que no perdona las equivocaciones ni los malos pasos. “Algunos no pueden ir a la poli, algunos no pueden pedir un crédito en el banco, algunos no pueden cambiarse de casa y salir de aquí, algunos no pueden elegir” le dice Joe a Shara, una asistente social que intenta ayudarle pero que no es capaz de penetrar en la realidad profunda de su existencia, pertenece a otro entorno y no puede traspasar la frontera que separa el mundo de Joe del suyo. 


En Solas, María, otra mujer maltratada por su infancia bajo la brutalidad de un padre alcohólico, por su trabajo, por su relación con un hombre para el que sólo es un objeto sexual, no halla más ayuda que la del alcohol hasta que encuentra la amistad de un vecino, un anciano también cargado de soledad al que le ha acercado su madre, una tercera solitaria con una sabiduría de las pequeñas cosas cotidianas y una humanidad de las que hasta ese momento carece María. Joe y María, perdedores solitarios y marginados sin posibilidad de elegir.

¿Y? pues que poco hago fuera de mis cosas, que soy una afortunada que vive una vida cómoda con tal número de posibilidades de elección que en ocasiones parece que me falta tiempo, y que quizá tendría que salir de mi burbuja al mundo. Pensamientos que se me cruzan de tarde en tarde, en un manso murmullo y que se quedan guardados en un rincón hasta que algún detalle en una conversación, en algo que escucho o veo los saca a la luz de nuevo. Entonces se pasean por mi corazón y mi cabeza dejando mi ánimo un tanto menguado y luego regresan a su rincón sin apenas dejar rastro.



26 de noviembre de 2010

La mujer del año


Reviso mi blog y ¡qué curioso! mis últimas entradas en el blog: 26 de agosto, 26 de septiembre, 26 de octubre, ni que me hubiera impuesto un calendario ¿será el 26 mi número mágico?

La mujer del año (George Stevens). La primera de las películas con Spencer Tracy y Katharine Hepburn juntitos, una comedia en la que, como en otras protagonizadas por ellos, se plantea la lucha de sexos, esta vez entre un periodista deportivo y una periodista especializada en política que son pareja. Flojita en su segunda parte. En equilibrio entre la posible caída hacia un elegante machismo y la reivindicación de una moderna apertura en el reparto emocional de papeles en la pareja. Por encima de los hechos que forman el argumento, aparentemente más igualitarios, al final de la película gana él; en 1942, año de su filmación, quizá fuera más rompedora por el hecho de que ella siga con su trabajo, pero si lo hace es porque es él quien se lo permite al apostar por una solución media en la que ella asuma sus obligaciones de esposa en menoscabo de su actividad profesional, y eso que ésta ostenta una mayor calidad e importancia que la del personaje de Spencer Tracy. Por cierto que lo mismo sucede si se compara su trabajo como actores en esta película, Hepburn le supera con creces.



¿Cuánto queda del juego de papeles de la película en el mundo real de la pareja actual? Creo que bastante. Hay un reparto ¿inevitable? de comportamientos, conductas, tareas que se van asentando con el paso del tiempo. Bien, a primera vista no parece algo importante, pero sí puede ser causa de conflicto si uno (o una) no tiene el suficiente sentido del humor como para capear temporales desatados directa o indirectamente por ese reparto de papeles y la otra (o el otro) carece de la ductilidad necesaria para compartir lo aparentemente insignificante, esos momentos en que el cuerpo se rebela o aparece un sentimiento de frustración ante situaciones en que las ideas forjadas durante los años de juventud quedan arrinconadas por la realidad del día a día y el paso del tiempo.

Llegaron los cazadores. Disparos, gente en el olivar… Me esperan unos cuantos meses de paseos de fin de semana menos agradables.


26 de octubre de 2010

Así


Una página en blanco esperando, fiel y paciente, a que renazca la necesidad de escribir.



26 de septiembre de 2010

Instantes



He perdido el hábito de la escritura. Mi parcela está tan patas arriba como yo que no soy capaz de centrarme apenas en nada. Hasta las cinco o las seis de la tarde se oye el ajetreo de los obreros alrededor de la casa; de ellos, tres jovenzuelos ‑casi podría decir secundarios, como esos chavales que hace tres años tenía delante de mí en clase‑ que esta mañana  se comportaban como lo que eran, postadolescentes que necesitan demostrar su hombría mal entendida ante una mujer que les indicaba de qué manera tenían que rematar las fuentes que estaban levantando en distintos lugares de la parcela.

Parece que con el paso del tiempo se va diluyendo esa simpatía que me provocaba cualquier mozalbete que me recordara mis tiempos de profe de instituto. Menos mal que me hizo recuperar la sonrisa otro secundario, el repartidor del super, que se dio un trastazo con los huevos en la mano (no los suyos, evidentemente) al enredarse sus piernas con la cariñosa Gaza que se vuelve loca de alegría cuando le ve como si supiera que le trae el bote de carne que come de vez en cuando y las golosinas que le doy cuando se porta bien. Se levantó tan rápido como nos levantamos todos cuando nos sentimos ridículos por una caída o un traspiés, dijo en medio de un suspiro “no se ha roto nada”,  antes de que soltara un “me cago en la gran puta” al descubrir que se había dejado parte del pedido en la tienda; estaba claro que hoy no se había levantado con el pie derecho.

Así que me dije, olvidando a los postadolescentes y mientras escuchaba a mi chico hablar de la obra, de los remates que tendrían que hacer, de que el lugar donde tenían que echar el hormigón no estaba nivelado, del escalón que habían hecho demasiado bajo, de…, que tenía que volver a mi blog, que le echaba de menos,  aunque yo no escribiera, aunque sólo fuera con este poema  que me enviaron hace unos años Lucía y Quique; no es buena poesía y quizá parece sacado de un libro de autoayuda, pero ello no es óbice para que su contenido pueda ser un ejemplo de una buena forma de vivir la vida.

Instantes

Si pudiera vivir nuevamente mi vida, 
en la próxima trataría de cometer más errores. 
No intentaría ser tan perfecto, me relajaría más. 
Sería más tonto de lo que he sido, 
de hecho tomaría muy pocas cosas con seriedad. 
Sería menos higiénico. 
Correría más riesgos, 
haría más viajes, 
contemplaría más atardeceres, 
subiría más montañas, nadaría más ríos. 
Iría a más lugares adonde nunca he ido, 
comería más helados y menos habas, 
tendría más problemas reales y menos imaginarios. 

Yo fui una de esas personas que vivió sensata 
y prolíficamente cada minuto de su vida; 
claro que tuve momentos de alegría. 
Pero si pudiera volver atrás trataría 
de tener solamente buenos momentos. 

Por si no lo saben, de eso está hecha la vida, 
sólo de momentos; no te pierdas el ahora. 

Yo era uno de esos que nunca 
iban a ninguna parte sin un termómetro, 
una bolsa de agua caliente, 
un paraguas y un paracaídas; 
si pudiera volver a vivir, viajaría más liviano. 

Si pudiera volver a vivir 
comenzaría a andar descalzo a principios 
de la primavera 
y seguiría descalzo hasta concluir el otoño. 
Daría más vueltas en calesita, 
contemplaría más amaneceres, 
y jugaría con más niños, 
si tuviera otra vez vida por delante. 

Pero ya ven, tengo 85 años... 
y sé que me estoy muriendo.


                  Don Herold, adaptación: Borges



26 de agosto de 2010

Pie de foto





 Me ha invadido una apremiante necesidad de entrar a cenar en un McDonald. Es una vacuna para impedir que el ambiente me supere. Comenzaba a inquietarme mi manera de andar, de no mirar, de impacientarme, quizá cansancio de viajar durante un tiempo seguido por un ambiente mísero. Miseria: quiere decir suciedad, violencia contenida, o sin contener, un hombre con la mirada ida que empuja a los transeúntes exigiendo paso violentamente, basura amontonada en la calle, sudor, polvo, humo negro y denso de los vehículos, puñetazo que lleva al adversario al suelo e inicia una pelea bestial en pleno centro de la ciudad, la tremenda dificultad para salir adelante de un pueblo machacado por el oligarca de turno durante siglos. Buscamos, con una cierta premura —demasiada oscuridad en las calles, aunque son sólo las 7— un sitio para cenar, y en medio de los puestos de tacos y tortas de siempre, de la oscuridad, del calor, del humo, aparece luminosa, limpia, fresca, la representación del Tío Sam, de uno de los mayores culpables de esta miseria, y hacia allí se dirigen estos viajeros que, emplazados en su inevitable y bochornosa contradicción, no pueden negar sus orígenes. Una hamburguesa doble con ketchup —eso sí, con dos tortillas de maíz a modo de pan para separar los dos trozos de carne, la concesión consabida del McDonald al país de turno—, un Sprite, un lavado de manos con jabón y secador automático y nos vamos tan contentos. Nos tienen que abrir, son las 8 y ya han cerrado, a partir de esa hora no parece muy seguro andar por la calle.

“Hotel El Refugio, atención esmerada”
¿Un rato o toda la noche? Una muchacha morena de mirada aburrida nos pregunta tras la reja de la puerta. Pasamos. Sentados uno  a lado del otro, una pareja mayor, gruesa, ambos lo son, regenta el hotel de atención esmerada. Sobre una pequeña mesa situada delante de la puerta de lo que se supone su habitación, el libro de huéspedes. Un patio amplio, descuidado, al que dan las habitaciones de los alojados, casi todos, de un rato. La habitación es oscura, un ventanuco y la puerta es el contacto con el exterior, el patio; las paredes, desconchadas, amarillas y verdes dan el toque acogedor a lo imposible. En un rincón, tras una cortina, un grifo de ducha y una taza de water. Me pongo directamente bajo el tubo que hace las veces de ducha, el agua me aclara y me inyecta energía, elimina mi cansancio. Lista para seguir.


4 de agosto de 2010

Retos


Desde mi silla veo, a través de la ventana, la paloma solitaria que ha tomado posesión de nuestra parcela. Se ducha en la cascada del estanque, pasea por la huerta, se posa sobre un grifo, aguanta estoicamente los ladridos de Gaza y… se ha zampado todas mis lechugas. No puedo hacer nada, como me decía anoche, no recuerdo si mi hijo o un amigo: también las palomas tienen derecho a vivir. Y aquí anda disfrutando a solas, como yo, de El Chorrillo.

Mi único reto últimamente es el sistema de riego ¿demasiada tranquilidad, rutina? Quizá debería en algún momento coger el macuto y salir de nuevo al mundo.

“La vida es un sistema inestable en que el equilibrio de pierde y se reconquista a cada instante; la inercia, en cambio, es sinónimo de muerte” Simone de Beauvoir.

Cita anotada en aquella época en que la búsqueda de equilibrio era, más que diaria, constante. Época difícil, dolorosa muy a menudo pero plena de vida y satisfacciones íntimas. A veces la echo de menos, cuando esto sucede me asusto y, a la vez, me regocijo en esta estabilidad que me gusta y que creo que dificultaría una lucha similar a la de entonces. Sin embargo no estoy menos viva que en aquellos años. Quizá el cuerpo, el alma son sabios y trabajan diferente, se adecuan a la edad sin que ello suponga decrepitud, apatía, inercia.



7 de julio de 2010

La humanidad de Ingrid Bergman




Karin/Bergman lucha contra Stromboli. Y Stromboli la gana, no la vence, la gana para sí misma.

Ha escapado de un campo de concentración, cuyas escenas, por cierto, parecen provenir de otra película, de una película como tantas otras que tratan la segunda guerra mundial, Esta Karin de la primera parte de la película, más esperanzada, más alegre y amistosa, cambiará de talante nada más llegar a la isla aunque menteniendo su capacidad de decisión, el inconformismo ante lo que se va encontrando. A partir de su llegada a la isla se enfrenta a una situación quizá no reconocible por ella hasta ese momento: la soledad, la imposibilidad de comunicación, de entendimiento, de comprensión a lo diferente.

Su lucha por combatir esa situación fluctúa entre la aproximación hacia su marido y los habitantes de la isla y la huída, el retorno al lugar que cree que le corresponde.
Cada vez que se esfuerza por adaptarse la isla y los hábitos de sus habitantes se oponen a su intento: las mujeres, escondidas bajo su ropa y su pañuelo negro en casas en las que las fotografías de los padres y las imágenes religiosas marcan el camino a seguir; los hombres, sometidos a su papel de varón, que la ven como una desvergonzada y un objeto indigno de respeto; el párroco que se lava las manos, incapaz de hacer nada por ella.


Una de las mejores secuencias de Stromboli es la de la pesca del atún, en un estilo documental que aparece también en Te querré siempre cuando Bergman recorre Nápoles y en las películas anteriores de Rossellini que encaja perfectamente con el horror que siente Karin ante la crueldad con la que son capturados los atunes. Tampoco soporta la brutalidad representada en la escena en la que el conejo lucha inútilmente con el hurón. No comprende ese mundo ni las necesidades de sus habitantes.



Por último el volcán entra en erupción; ya no puede soportar más, decide marcharse y es encerrada por su marido; cuando consigue huir, sólo le queda la posibilidad de hacerlo por la montaña y cruzar el volcán. En su lenta ascensión en la que va abandonando sus pertenencias, el volcán, presente durante toda la película, se empareja con Bergman como protagonistas únicos del desenlace y de la temática que subyace en el film.
Por primera vez entra en contacto con la naturaleza: “Dios mío ¡qué belleza!”

En el momento final pide ayuda a Dios para que le de fuerza, comprensión y valor. Final ambiguo, dicen los especialistas. Karin tiene motivos para pensar en sí misma utilizando aquello que le puede llevar a mejorar su situación, no se la puede juzgar simplemente de cínica, pero sí está lejos de una humanidad que defiende Rossellini en todo su cine. Con su ruego último intenta humanizarse a través de la comprensión de sí misma y de los otros. Fuerza, comprensión, valor para salir de sí misma, una manera de encontrarse y de intentar vivir limpiamente la inevitable soledad.



"Siempre procuro mantenerme impasible; me parece que aquello que es tan asombroso, tan extraordinario y conmovedor de la vida humana es precisamente que los actos nobles y los sucesos trascendentales ocurren de la misma manera y producen la misma impresión que los sucesos corrientes de la vida cotidiana” dice Rossellini y así muestra a Ingrid Bergman, con la cara limpia, caminando hacia el volcán penosamente, mucho más humana que en otras ocasiones, seguida por la cámara mientras se va identificando con el entorno como sucederá también en Europa 51 y Te querré siempre.





1 de julio de 2010

El Chorrillo




Llegamos a El Chorrillo hace veintiún años. En los años anteriores vivimos en la casa del maestro, pero aquel año el ayuntamiento decidió transformarla en casa de niños y tuvimos que marchar. Así que la compra de la casa nos pilló por sorpresa y no teníamos un duro ahorrado. Reconozco que lo mismo habría sucedido si no hubiera existido ninguna urgencia porque el dinero que entraba en casa era gastado rápidamente. De esta situación se derivó la necesidad de vivir con lo mínimo y fue así como más de la mitad de nuestra parcela se convirtió en huerta, nuestros hijos renunciaron a la paga semanal, nosotros al café y al wisqui, vendimos las cámaras fotográficas y el laboratorio y las pocas veces que salíamos al cine nos llevábamos a Madrid un par de bocadillos que comíamos en el coche o en los jardines de la plaza de España cuando el tiempo era bueno. De lo que no prescindimos fue de viajar: Granada, Galicia, Picos de Europa, donde una piedra fortuitamente  y mal pisada por uno de nuestros hijos fue a parar a la nariz de Alberto rompiéndosela, y al año siguiente, Carrión, Picos de nuevo, Somiedo, Pirineos. Pasados esos dos años, cansados los cinco (porque los chavales colaboraban también un montón en la huerta) de tanto trabajo de hortelanos y más repuestos económicamente, llevamos a los abuelos a París y Venecia en nuestra furgoneta y yo aprendí a montar en bici recorriendo el Danubio y el Tajo.







Ahora tenemos de nuevo una huerta, pequeña, para los dos que quedamos en casa y la parcela está llena de hierba y flores. Hemos empezado a reparar y poner más bonita la casa y construimos un estanque con peces, plantas acuáticas y una cascada. Cuido de la huerta, de las flores, paseo por los caminos cercanos a la casa a los que siento como míos, como una prolongación de la parcela. Estoy tan a gusto en El Chorrillo que ni siquiera tengo ganas de viajar.


Hace poco menos de un mes murió mi suegro. Decidimos incinerarle y cada familia de hijos y nietos plantó un rosal sobre sus cenizas, fue entrañable y emotivo, los biznietos pequeñajos ayudando a plantar su rosal, todos reunidos en una cena de despedida al abuelo frente a una gran mesa que montamos junto al estanque. En unos meses haremos lo mismo con los restos de la abuela que yacen en el cementerio del pueblo. Es hermosa una relación así con la muerte, hermosa, natural y cercana. 



El Chorrillo forma parte de mi vida, mucho más que los otros lugares donde hemos vivido. No querría que se vendiera nunca esta casa, sí que mis cenizas formen también algún día parte de esta tierra en la que se han hecho mayores mis hijos, donde yacen mis perros, en la que he evolucionado tanto como persona, de la que he disfrutado y en la que he sufrido malos momentos de los que no reniego porque me han hecho vivir aún con mayor fuerza.




23 de junio de 2010

Evocación. Anoche, leyendo...



... pensé en ti.


………………………………
Pero para querer
hay que embarcarse en todos
los proyectos que pasan,
sin preguntarles nada,
llenos, llenos de fe
en la equivocación
de ayer, de hoy, de mañana,
que no puede faltar.
……………………………..

Ya no puedo encontrarte
allí en esa distancia, precisa con su nombre,
donde estabas ausente.
Por venir a buscarme
la abandonaste ya. Saliste de tu ausencia,
y aún no te veo y no sé dónde estás.
En vano iría en busca tuya allí
adonde tanto fue mi pensamiento
a sorprender tu sueño, o tu risa, o tu juego.
No están ya allí, que tú te los llevaste;
te los llevaste, sí, para traérmelos,
pero andas todavía
entre el aquí, el allí. Tienes mi alma
suspensa toda sobre el gran vacío,
sin poderte besar el cuerpo cierto
que va a llegar,
escapada también tu forma ausente
que aún no llegó de la sabida ausencia
donde nos reuníamos, soñando.
Tu sola vida es un querer llegar.
En tu tránsito vives, en venir hacia mí,
no en el mar, ni en la tierra, ni en el aire,
que atraviesas ansioso con tu cuerpo
como si viajaras.
Y yo, perdida, ciega,
no sé con qué alcanzarte, en donde estés,
si con abrir la puerta nada más,
o si con gritos; o si sólo
me sentirás, te llegará mi ansia,
en la absoluta espera inmóvil
del amor, inminencia, gozo, pánico,
sin otras alas que silencios, alas.


Pedro Salinas: La voz a ti debida

29 de mayo de 2010

Noche y niebla y Alemania, año cero




Las películas que más llegan a lo profundo de la persona del espectador no son aquellas con imágenes trágicas, desgarradoras, dramáticas hasta el extremo. Éstas golpean fuertemente pero dejan menos poso que aquellas que por su sencillez, su sinceridad exenta de cualquier atisbo de manipulación (manipulación, no visión personal inevitable al elegir unas imágenes o una forma de rodar) se mantienen en un rincón de la mente durante días, apareciendo de vez en cuando no como recuerdo fílmico sino como punzadas sobrecogedoras en nuestra mente y en nuestra sensibilidad. Así me sucede con dos películas que podrían servir de ejemplo para lo que quiero decir: Noche y niebla, de Resnais y Alemania, año cero de Rossellini.   

A Resnais le basta con media hora de imágenes actuales, en color, de los campos de concentración nazis totalmente solitarios acompañadas de un música sencilla, alejada de las orquestaciones explosivas o los solos de cuerdas dramáticos que suelen ilustrar las tragedias colectivas, sabiamente alternadas con imágenes o fotografías de la época para encogernos asombrados, aunque ya lo supiéramos, aterrados, aunque conociéramos su horror y mantenernos así, a ratos, cuando menos lo esperamos durante días o semanas. Nada que ver con buenas películas de ficción (tal vez sería más exacto decir películas con argumento), como El pianista, en cuanto a esa capacidad de impresión duradera, ni siquiera con documentales escalofriantes y de visión necesaria, como Shoa, ni tampoco con películas que mezclan de alguna forma documental y ficción como Alemania, año cero.

La visión de Noche y niebla hace innecesario ningún juicio de lo que va pasando ante tu mirada porque eso, lo que ves, es lo que hay, sin más aditivos, llega a tu yo más profundo, no a tu intelecto. En Alemania, año cero se puede, por ejemplo, dudar de la verosimilitud del final de la película, sentirnos molestos por la caricaturización de algún personaje (el maestro, por ejemplo, como también podría suceder con los alemanes representados en Roma, ciudad abierta), u opinar acerca de si la familia del protagonista es demasiado tópica o el film ha envejecido, lo que distrae al fin y al cabo de la dureza del tema tratado, algo imposible en la película de Resnais. 



De las películas relacionadas directamente con la segunda guerra mundial y sus consecuencias (dejando aparte las de la época de Mussolini): Roma,ciudad abierta, Paisá, Alemania, año cero y Europa 51, Paisá es la que me parece más perfecta, entre otras cosas, y ciñéndome al tema de la influencia en el espectador, es la que más perdura por más real y menos tópica en sus personajes y es que lo que más me molesta en Roma, Alemania, incluso en Desiderio, es esa caracterización de los personajes “malos” con rasgos un tanto caricaturescos que rondan siempre supuestas desviaciones sexuales o “malas costumbres”.




No he podido, de momento incluir vídeos de ambas películas, pero aquí están los enlaces.

Noche y niebla


Alemania, año cero

6 de mayo de 2010

Rossellini: Un pilota ritorna







Hoy, en mi pantalla del cuarto de estar, he comenzado un ciclo sobre Rossellini. Hace ya un tiempo que, de vez en cuando me regalo uno: Ford, Cassavetes, Hitchcock, Wilder…

Un pilota ritorna es el segundo ¿o tercer? largometraje de Rossellini. Se desarrolla durante la batalla de Grecia en la 2ª guerra mundial. Es una película de 1942, con un guión de, entre otros, Antonioni y el propio Rossellini, basado en una idea de Mussolini y con la música, ya, de Renzo Rossellini. Teniendo en cuenta el momento de su rodaje y de quién provenía la base del guión sorprenden algunos elementos de la película, por ejemplo y, sobre todo, la imagen que da de los soldados ingleses que vigilan el campo de concentración donde el protagonista está prisionero, una imagen de humanidad que choca con el maniqueísmo que aparece no sólo en la mayoría de las películas realizadas sobre la 2ª guerra mundial (o sobre otros conflictos) sino, incluso con los estereotipos alemanes de Roma, ciudad abierta

La primera parte de la película es la más floja, tiene unas buenas escenas aéreas pero es lo más previsible que se pueda encontrar en un cine de este tipo: sabes antes de que suceda que el personaje que habla de un futuro hogareño y sencillo va a morir minutos después, las bromas entre los aviadores, la imagen de seguridad, “virilidad”, valentía que dan los soldados es la típica de un cine hecho para gloria de un ejército y de una ideología (sea cual fuere). 


Pero hay un cambio, casi diría radical, en la segunda parte: humanidad en el ejército inglés y en los civiles del campo de prisioneros (fuera de la realidad en muchos momentos, casi la contrapartida a la primera parte), algunas escenas hermosas no sólo fotográficamente: la imagen de una madre preparando un emplaste para su hijo enfermo y un trabajo cinematográfico que parece hecho más a conciencia y de manera más personal en las tomas, por ejemplo, de los prisioneros caminando bajo el ataque de las fuerzas del Eje y en los interiores de los refugios. 


La historia sentimental que se muestra en la película no parece estar tomada con demasiada importancia; los personajes, aquí también, son la típica pareja que se enamora en circunstancias trágicas y que no tiene futuro; en realidad el final deja totalmente a un lado esa historia como si fuera una anécdota más dentro del episodio bélico.

El tema de la cercanía o no de Rossellini al régimen fascista no me interesa demasiado. A veces, cuando juzgamos a los creadores por motivos políticos o de connivencia o adaptación a regímenes dictatoriales se nos olvidan las dificultades de la vida diaria, de la necesidad de  hacer cine (fácil ejemplo el de buenos actores españoles que participaron en un cine sin ninguna calidad durante la dictadura de Franco), o incluso la propia ideología ¿quién sería el insensato que dejaría de disfrutar de la prosa de Celine, por ejemplo, por sus ideas políticas, o de disfrutar, por poner un caso español, de alguna de las obras de Jardiel Poncela (y aquí rindo un pequeño homenaje a mi amigo Francisco, tantas veces sólo en su reivindicación de éste escritor), relacionado tantas veces con el franquismo, simplemente porque publicaba y en sus obras no se enfrentaba a la dictadura, o porque cuando regresó a España aceptó, equivocadamente o no, la dictadura del gobierno de Franco a causa de su decepción por el Frente Popular.

2 de abril de 2010

Mis botas




Después de leer tu poema, Rubén.





Voy a calzarme. Abro la puerta del armario del porche. Poco que ver. Siempre me pareció… bueno, siempre… aquella niña, aquella adolescente está tan lejana que dudo de que fuera yo, y además, ¿qué yo? ¿el yo jubilado de hoy jueves, el de mi vida en Gedrez, el reivindicativo del barrio Lucero en los 70, el yo profe de secundaria…?, vale, no divaguemos; decía que siempre me pareció absurdo tener más de un par y decía también que aquí, en el armario del porche poco hay que ver: unos deportivos, unas sandalias, unos zapatos que me compré para una boda (sin tacón, normalitos y que a pesar de eso no me he vuelto a poner), otro par con cordones que uso en Madrid desde hace tres años… poco que calzar.


Pero… ahí, abajo, están mis botas, las que utilizo a diario para pasear por los campos de El Chorrillo, las botas con las que caminé por Lavaredo y por los Cárpatos el verano último, las de los paseos por la Pedriza o Guadarrama, tan viejitas ya que casi no recuerdan los senderos de Real de Catorce, o las gargantas del Dades, o las dunas de Namibia. Hundo mis pies en ellas, me ato los cordones a duras penas porque es el momento en que mis perros me dan los buenos días, y nos vamos, ellas y yo a pasear tan a gustito por el olivar, por este olivar que me trae tan bellos recuerdos.



Como dice Rubén: Se ajaron antes que yo. Abrimos veredas juntas.

16 de marzo de 2010

Espejos




Hace unos días estuve viendo las fotografías de Ricky Dávila en el Círculo de Bellas Artes y de Dayanita Singh en la Fundación Mapfre. Sola, o muy bien acompañada, que es como se puede disfrutar de una exposición, sentía ante ellas una tierna conmiseración por el ser humano.

En el caso de Ricky Dávila, una hilera de retratos, que no dejaba escape alguno ni descanso entre cada imagen, de rostros duros, en cuyos ojos se reflejaba tristeza, resignación, desconcierto, ignorancia, perplejidad, incluso en los retratos, fuertemente contrastados, de niños, que no retratos infantiles, entre los que una única y tímida sonrisa de una niña no evitaba un punto de melancolía en su mirada.







En los retratos de familias de Dayanita Singh en los que éstas posaban en el ambiente y la actitud que preferían para pasar a la posteridad, para ser recordados, esta sensación se acrecentaba, en unos casos porque aparecían satisfechos de si mismos a pesar de sus miradas vacías subrayadas por el ambiente superficial en el que posaban, en otros porque la cercanía entre ellos no eliminaba la soledad de cada uno.




Era una impresión parecida a la que he sentido en ocasiones cuando voy en el metro o en el tren y observo las caras, las expresiones, los gestos del resto de los pasajeros. En esos momentos me siento inmersa en el género humano, poquita cosa entre muchas otras poquitas cosas, me alejo de las teorías políticas, sociales que en otros momentos me pueden hacer pensar que el mundo tiene o tendrá que cambiar, todas ellas desaparecen frente a la vida personal, cotidiana, íntima de cada uno de nosotros y me siento cerca de todos esos rostros tristes o vacíos o ignorantes o hundidos en la soledad.

Y me reconcilio con el ser humano porque cualquiera de nosotros, incluso los de ahí arriba, los que aparecen en otras actitudes, a diario, en los periódicos, estamos, en el fondo, en el yo verdadero, representados por estos rostros, espejos nuestros.