13 de julio de 2009

De aquí y de allá





Días de playa en Murcia. Calas pequeñas casi vacías, ramblas embellecidas por las adelfas, montes con olor a romero, el mar rompiendo contra los acantilados; por supuesto al sur de La Manga: Calblanque, Cabo Tiñoso, Calnegre. Pereza de escribir, pereza de fotografiar. Sí el gusto por caminar aunque me tuve que conformar con una sola vez, mi pie no se portó. En Mazarrón Paula, veinte días de vida, menudita y morenita, culpable de esta suerte de descubrimiento de una de las costas más bellas de España.






Código desconocido, Haneke. Observarnos a nosotros mismos desde el otro lado de la pantalla, la vida de todos los días. No pasa nada excepcional, ni siquiera hay historia que contar, viajo en el metro (la mejor escena de la película), compro en el super, trabajo, ceno con los amigos, discuto con mi chico, me enfado, me reconcilio…


Soy yo, y soy también cualquiera de esos viajeros del metro que no levantan la vista, que se hacen los sordos ante el grosero acoso de un chulo a una mujer que viaja en el mismo vagón, y en mi recorrido por la ciudad me cruzo con otras personas que rozan mi vida y a las que olvido al instante: una mendiga rumana, un chaval senegalés que la defiende de otro chulito en ciernes… Escenas cortadas bruscamente que, como bofetadas, me arrojan ante el espejo en el que unos personajes ligados entre ellos durante breves instantes, me enfrentan con el aislamiento, la dificultad para comunicarnos, la máscara con la que tantas veces nos presentamos ante los demás, la soledad. Todos son imprescindibles: el fotógrafo de guerra y su dificultad para conjugar los dos mundos tan diferentes en los que vive, la actriz, el padre solitario, los niños sordomudos hilos conductores desde el principio al final de la película; impresionante el ruido de los tambores escoltando las últimas escenas.



El absurdo más absurdo en También los enanos empezaron pequeños, Herzog. Rebelión sin principio ni fin. Un sinsentido. La risa de Hombre chirriándote en el oído. Sensación de claustrofobia en el paisaje abierto e iluminado. Repugnancia ante el ser humano. Terrible.