5 de mayo de 2013

Objetos






El objeto toma nuevos atributos. Chejov: El cenicero. Todas las posibilidades se centran en el objeto. Algo similar a mi bombilla.

¿Qué es lo que pensé en aquel momento? Cualquiera sabe, hace años que anoté esta idea para un posible cuento. ¿Qué relación tendría ese día con una bombilla? ¡Vaya usted a saber! Miro mi bombilla, la del flexo que alumbra mi mesa de trabajo y percibo que se me pone cara de pasmada.

Una bombilla... es cierto que me acompaña durante tardes y noches pero... También hay sobre mi mesa un cenicero. Un cenicero de cerámica con un dibujo blanco y negro que quiere representar una flor. Paula me lo regaló; un par de años después, cuando celebré mi cumpleaños con ella, en El Berrueco, me obsequió con una vela en forma de barco de papel, una tableta de chocolate del de verdad y un paquete de sobres de una infusión relajante junto con otro cenicero. El caso es que Paula no sólo no fuma sino que incluso siente un cierto odio por el tabaco.

Durante este invierno y lo que llevamos de primavera paso mucho tiempo sola. Me acompañan mis cuatro gatos y mis dos perros... y supongo que también mis objetos cotidianos. Forman parte de mis días, de mis acciones casi maquinales, mis zapatillas en el momento de meter mis pies en ellas cuando me levanto, la vela con olor de mandarina que enciendo cuando me acuesto para que me ayude a dormir, cualquier objeto de la cocina utilizado en domingo porque ese día que no cocino la comida se convierte también en algo irreflexivo, el cojín del sofá en el que me recuesto a leer después de comer o la mesa del cuarto de estar que aguanta mis piernas cada noche mientras veo la película o la ópera de turno. Si una dedica un rato a la estúpida recopilación de esos objetos a los que se arrima, roza o utiliza a lo largo del día podría seguir con una interminable lista para acabar concluyendo que se le ha ido la tarde en escribir cuatro pamplinas sin sentido y que otra cosa es que hubiera recogido con más inteligencia la anécdota de Chejov y hubiera escrito un cuento con la bombilla como protagonista, claro que para eso las zapatillas, la vela, el cacharro de cocina, el cojín y la mesa tendrían que haber tomado nuevos atributos que en esta extensísima coyuntura de sequedad creativa e imaginativa, una no sabe atribuirles.

Otra cosa sería haber retomado, en lugar de las referidas a Chejov, estas otras líneas copiadas, también hace años, de un blog:

La vida es como una estatua, uno no puede limitarse a verla sólo desde un sólo frente, hay que girar en torno a ella y observarla desde todas las perspectivas posibles, cara a cara; para eso es nuestra, toda nuestra. La vida, labor esencial de nuestras manos y nuestros empeños, debe de ser nuestra obra de arte más allá del dolor, por encima del paso del tiempo que no perdona, hasta el momento último.”

Pero estas son más peligrosas después de haber dormido cuatro horas y levantarme sin apenas ganas de hacer nada. En esas circunstancias una no está para moverse alrededor de su vida, escudriñarla, trabajarla etc. etc. y encima tratar de que sea una obra de arte. Es mucho más fácil meter distraídamente los pies en la zapatillas tras esas cuatro horas, meterse en el cuerpo un salteado de patatas congelado y reposar los pies en la mesa mientras escucha una pieza de piano de César Franck que es el primer CD que, automáticamente, ha cogido de la estantería. Además la vida no es como una estatua, qué caray, la vida es cualquier cosa menos una estatua, se mueve a su antojo y cuesta lo suyo encontrarla y hacerla parar un poquito a ver si conseguimos aclararnos con ella; y además tampoco es tan nuestra, que a veces somos de ella; y además una está, ya lo he dicho, coyuntura de sequedad creativa e imaginativa y lo de la obra de arte alcanza el tamaño del Everest; y además no es el momento de hablar del maldito dolor.

Jo! lo que da de sí un cenicero. A ver si encuentro otro cacharro que quiera que le fotografíe, que ya está bien de usar las fotos del pasado.