2 de abril de 2010

Mis botas




Después de leer tu poema, Rubén.





Voy a calzarme. Abro la puerta del armario del porche. Poco que ver. Siempre me pareció… bueno, siempre… aquella niña, aquella adolescente está tan lejana que dudo de que fuera yo, y además, ¿qué yo? ¿el yo jubilado de hoy jueves, el de mi vida en Gedrez, el reivindicativo del barrio Lucero en los 70, el yo profe de secundaria…?, vale, no divaguemos; decía que siempre me pareció absurdo tener más de un par y decía también que aquí, en el armario del porche poco hay que ver: unos deportivos, unas sandalias, unos zapatos que me compré para una boda (sin tacón, normalitos y que a pesar de eso no me he vuelto a poner), otro par con cordones que uso en Madrid desde hace tres años… poco que calzar.


Pero… ahí, abajo, están mis botas, las que utilizo a diario para pasear por los campos de El Chorrillo, las botas con las que caminé por Lavaredo y por los Cárpatos el verano último, las de los paseos por la Pedriza o Guadarrama, tan viejitas ya que casi no recuerdan los senderos de Real de Catorce, o las gargantas del Dades, o las dunas de Namibia. Hundo mis pies en ellas, me ato los cordones a duras penas porque es el momento en que mis perros me dan los buenos días, y nos vamos, ellas y yo a pasear tan a gustito por el olivar, por este olivar que me trae tan bellos recuerdos.



Como dice Rubén: Se ajaron antes que yo. Abrimos veredas juntas.