13 de diciembre de 2014

Unos días en Málaga



Llego un poco tarde a ver amanecer junto al mar, pero aún está bonito. A lo largo del paseo marítimo y la playa unos corren, otros caminan, pasean, hacen fotos o van a sus quehaceres. Como en cualquier otro lugar. Y me doy cuenta de que no he venido a Málaga a ver nada en concreto. Creo que mis posibles escapadas de casa serán esto en el futuro: pasear y respirar en otro lugar, hacer la compra, cocinar algo sencillo, leer, escuchar música y, de paso, como si estuviera en Madrid visitar un museo, ir al cine o tomarme una cerveza en una terraza. No viajo ni voy a conocer nada en especial, simplemente respiro otro aire. Bien, muy bien.


Mi paseo termina en el Parque del Morlaco, elevado sobre el mar, pinos, ardillas... y perros. Soy la única que pasea sin perros y es que en este monte semiurbano hay recintos cerrados para que los perros, según su tamaño y peso, puedan correr y divertirse. Curioso y simpático. Tan simpático como Coco, el perrito del dueño del apartamento en el que vivo estos días. Coco cada vez que me ve me saluda dando saltitos y me acompaña hasta la puerta, brinco tras brinco golpeándome las piernas con sus patitas.

Una peluquería de diseño, un peluquero sin pelo, un corte de pelo al director de la revista Mitad Doble mientras presenta el último número que se titula, no podía ser menos, Pelos. Un ambiente muy agradable y variado, desde la sofisticación de X, guapa guapa, tatuaje dragoniano sobre el pecho, hasta la vestimenta sencilla del día a día, pasando por algún modelito de esos de superficie sobre altos tacones de aguja. Y allí están mis amigos, hasta ahora virtuales, Amor y Miguel, y también Augusto y su pareja madrileña, María y Jonatan. Me invito mentalmente a verles de nuevo si mi terruño chorrillero no me lo impide, cosa complicada dada mi adicción huertana y gatuna.


Por la noche, en la cama, escucho a Arthur Rubinstein interpretando la Berceuse en re bemol mayor de Chopin. Elegancia y sutileza mimando la partitura, extraordinaria comunicación entre él y el piano, dulzura, suavidad.


Mañanas de lectura, Museo de Arte Flamenco disfrutando de un vino blanco mientras charlo con el encargado; ni un euro de subvención a pesar de lo bien montado que está y de las actividades que pone en marcha. Largo paseo hasta el Parque del Oeste y comida en una terraza. Alegría de la gente malagueña y alguna cosa más.



Quizá el estar en otro lugar, fuera de la cotidianidad de El Chorrillo, me da la oportunidad de percibir lo que hago como si lo concreto, ese hacer una cosa detrás de otra, todas diferentes, fuera más efímero. Un tiempo global en el que se junta la Pastoral de Beethoven con la lectura de Benítez Reyes, la inmediatez del arte urbano (paseo por el Soho) y lo intemporal del Museo del Arte Flamenco. El lastre de correr tras las cosas sin terminar como si todo tuviera que estar cerrado, atado, enterrado. Al otro lado la paciencia en el tiempo, la espera.