Ayer estaba ordenando el pequeño caos
que se había formado en las estanterías de los libros de viajes,
algo revueltos por las veces que las someras, todo hay que decirlo,
limpiezas a lo largo de años habían formado cuando un gusanillo se
despertó dentro de mí. La guía de Australia, regalo de nuestros
hijos en el último intento, fallido, que hicimos por volver a
viajar, algún libro de Kaplan, las hojas sueltas que arrancábamos a
las guías de Lonely Planet para no cargar con el libro entero,
recorridos de montaña de diferentes partes del mundo, unos usados y
otros sin llegar a estrenar, un tocho sobre la flora y la fauna de
Pirineos... ¡Cuántas vivencias o deseos se han acumulado en estos
vasares (vasares: homenaje a mi amigo del alma al que le gustaba
especialmente esta palabra casi perdida en el tiempo)!
De repente me vi volviendo a hacer el
macuto, cogiendo un avión y plantándome en un lugar indefinido,
caminando entre gente de otras latitudes, esperando pacientemente
autobuses, pasando fronteras, escribiendo de nuevo casi
compulsivamente como lo hacía durante nuestros viajes. Me vi
caminando por montañas, sintiendo mis piernas y sintiendo el chorreo
de sudor que me empapaba el rostro y se me metía en los ojos cuando
aún llevaba lentillas y me incordiaba un montón. Me vi intentando
identificar un pájaro, una planta.
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Alpes |
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Mauritania |
Sentada en el suelo, ante los libros
recién ordenados, orden que les había devuelto a la probabilidad
del olvido, a la quietud y al futuro polvo de lo que ya no se usa, de
lo que ya no sirve, me detuve un momento, miré hacia la ventana y
volví a la realidad. Una supuesta realidad, claro, como suele ser
cuando está imbuida de nostalgia, dudas sobre lo que hacemos,
experiencias, sentimiento de la cortedad de la vida. Recordé la
última imagen de la película Rey de corazones, de Philippe de
Broca, un film de calidad olvidado y poco conocido, en la que Jean
Claude Brialy (cómo me gustan esos ojos pícaros de Brialy)
encuadrado por el marco de la ventana del manicomio en el que está
recluido dice “Los viajes más hermosos son a través de la
ventana”. Y volví a preguntarme si lo que sentía era nostalgia o
deseo de salir de mi calentito y placentero rincón chorrillense en
el que vivo como viven los locos de la película de Broca. Dejé los
vasares, sí, los vasares, ordenados, me levanté y puse los pies en
la tierra, vamos sobre la alfombra y me acordé de mis gatas, ¿me
esperarían si las abandonaba durante tiempo?
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Bartola |
Los gusanillos hacen cosquillas pero no
hablan, así que les dejaré tranquilos, no les molestaré para que
no se vayan y quizá algún día les llegue el don de la palabra y me
digan adiós o por el contrario se muestren revoltosos y me hagan
abrir el armario donde guardo el macuto, las botas o los prismáticos.