2 de abril de 2011

Malta, al menos una crónica del viaje



Nada escrito y sólo unas cuantas fotos en los días pasados en Malta. Tomé unas pocas notas pensando que quizás a la vuelta, en casa… Hace un par de semanas que volvimos y nada. ¿De qué dependerá el que las palabras salgan a borbotones, que los dedos sobre el teclado no sean capaces de alcanzarlas? Y lo contrario ¿por qué esto de la página en blanco ante mí, mis dedos utilizando cada dos por tres la tecla de borrado y mi mente desordenada, sellada, sin dejar resquicio alguno para que se escape al menos alguna idea, algún pensamiento? Quizá estoy más volcada hacia fuera, los estímulos externos son tantos que no me da tiempo a digerirlos. Estoy menos tiempo conmigo, lo sé.


Ni siquiera los paseos solitarios por Sliema, junto al mar, o por Valletta me estimularon lo más mínimo en ese sentido.

Pensamos ir a Comino pero en esta época del año no hay transporte público.

En el trayecto a la isla de Gozo, lugar donde la diosa Calypso retuvo a Ulises, una mujer de mi edad está sentada frente a mí, es atractiva, como lo son las mujeres maduras que reflejan vida, ilusión, fuerza en su rostro; está sola, se abriga con un chubasquero y lleva un macuto. Inevitablemente  —siempre sucede con cualquier estímulo tangible que nos encontremos, como ocurre con las ganas de leer que nos llegan después de haber dado una vuelta por una librería—  me vienen las ganas de viajar sola; es un deseo que se quedará dormido en un rinconcito y que probablemente despierte en algún otro momento.




Escogemos la costa sur de la isla con la intención de llegar andando hasta Xlendi. 





El trayecto está plagado de flores, sobre todo asters amarillas que tapizan las laderas cercanas a los acantilados, e hinojos en gran cantidad junto a los caminos.
Comemos en un chiringuito junto al mar, en una de las pocas playas que encontramos. Más adelante las huertas llegan hasta el borde de los acantilados, están delimitadas por altas vallas de piedra que nos obligan a subir y bajar continuamente durante un buen rato. Nos encontramos con losas clavadas verticalmente sobre un hierro, después nos enteramos que son restos de la caza, ilegal, creo, desde hace poco, de aves migratorias. Poco antes de llegar a Xlendi cambiamos de ruta y nos acercamos a Victoria para coger el autobús de vuelta al ferry.














Medina es una ciudad pulcra y reluciente, pequeña, agradable. La Domus romana, como todos los museos y lugares turísticos de Malta está bien organizada para que el visitante aprenda, con más paneles explicativos que muestras, no por ello deja de ser un lugar bonito para una amante de las “piedras” como yo. Comida maltesa: penne con salsa de conejo (el día anterior estofado de conejo, hay muchos conejos en Malta) y bragioli (carne de buey con aceitunas), de postre: helwa, un dulce de almendras que me traslada en el recuerdo al desierto de Argelia, en El Oued donde lo comí por primera durante mi primer viaje al desierto cuando mis hijos tenían entre uno y tres años, unas mujeres, madre e hija, me invitaron a entrar en su casa y me obsequiaron con dulces y laca de uñas.



Rabat me pareció menos relevante, las catacumbas que son lo más interesante de la ciudad estaban cerradas.

Los acantilados de Dingli, viento, paseo solitario. Sigo encontrándome con la idea de la muerte por todas partes, en esta ocasión en un artículo de Marías sobre Il Gatopardo, en las noticias del periódico que he comprado en Rabatm en la Domus romana, en los aniversarios de compositores o cineastas, en las enfermedades de los otros, en mi propia persona…

Llueve y ventea, Malta no da para muchos días, creo, o quizás es que estoy muy viajada. Escucho un recital de un tenor polaco cuyo nombre se evapora en mi memoria como tantos otros nombres que estuvieron presentes en ella durante años y que no consigo recuperar. Termino Beatus ille, de Muñoz Molina. Novela cinematográfica con largas descripciones repletas de fisicidad que me llevan a Proust, tal vez equivocadamente teniendo en cuenta la cantidad de años que han pasado desde que le leí.








Volvemos a Gozo. Esta vez la costa oriental. Siguen los acantilados y entre ellos algunas playas solitarias de color canela que me recuerdan la costa de Sudáfrica. Gracias a la vida pensaba y canturreaba yo en una de ellas, tranquila, cálida, silenciosa salvo el sonido del mar. Camino accidentado y fatigoso: rocas, vegetación hasta la cintura, cardos, chumberas, arbustos entre los que piso sin saber dónde está el suelo. Me quedo sin batería en la cámara. En Xagra cogemos un taxi hasta el ferry.

Los templos megalíticos de Mjandra y Hagar Qim, me encantan las “piedras”, ya sé, me repito. Pasan grupos de jóvenes; recuerdo la frase de uno de los personajes de Beatus ille: “no saben que están viviendo un pequeño intermedio entre el nacimiento y la muerte, lo ignoran, de ahí su energía, alegria…”.

Puerto pesquero de Marsaxlokk. Barcos de colores, cielo metálico, bonita luz, tranquilidad, paz.

El Hipogeo Half Saflieni, en Paola es lo más espectacular de Malta. Es un templo prehistórico subterráneo, con diversas salas a distintos niveles del subsuelo con paredes de un color ocre rojizo  y algunas de ellas decoradas. Está bien conservado y la visita es interesante, a pesar de tener que ir en grupo es tranquila y da tiempo a contemplar despacio y disfrutar de él.


A Valetta vuelvo sola. La catedral, lo mejor La decapitación de San Juan Bautista, de Caravaggio, una maravilla de luz sobre las figuras, un rojo, el del manto y la sangre del Bautista, que golpea, un sólo personaje conmovido, el resto inmutables, como quien está haciendo un trabajo cotidiano o llevados sólo por la curiosidad, el cuerpo espléndido del verdugo, pero sobre todo la luz.
En el museo arqueológico está la escultura de la Dama durmiente encontrada en el hipogeo, delicada y bella.


2 comentarios:

ruben dijo...

Se nota que te ha sabido a poco el viaje. Hay como un deje en tu escritura que denota hastío? Me recuerdas a la Penélope de Serrat sentada en la estación esperando algo que sabe no sucederá.
Besos

Noches de luna dijo...

Hastío en absoluto, espera tampoco a no ser la de un estado de ánimo viajero. Me gustó, estuve muy a gusto, no tiene nada que ver con otro tipo de viaje, ha provocado que tenga ganas de darme una vuelta de vez en cuando, pero no sé si estoy muy viajada o, simplemente, muy bien con mi vida cotidiana. El caso es que, de momento no me apetecen viajes largos con el macuto a la espalda y la intriga de la aventura ¿Serán los años? Espero que no, que en algún momento vuelva el gusanillo viajero
Besos