Me despierto, miro a través de la ventana. Los árboles desnudos de la parcela surgen a través de la niebla, una niebla luminosa, suave y fría ¡Qué ganas de pasear!
El Chorrillo
Anoche volví a hurgar en todo esto que maneja nuestro cerebro límbico: emociones, pasiones, ansiedad, tristezas...
A veces escucho, leo, escribo dejándome llevar por los sonidos, por las palabras, sin fuerza, paseo a su lado, pero nada más, no dejo que me absorban. Lo mismo me sucede con las personas. Hay rostros que me atraen, que despiertan mi curiosidad; miradas en las que se percibe que la vida está ahí, agarrada con fuerza, esperando a que tú te aproximes y la puedas disfrutar; cuerpos que se mueven con alegría, a los que me gustaría acercarme. Y no me acerco.
Un zumo, leche con Colacao y galletas con mantequilla -para eso es sábado- y me voy. El campo es sólo mío, ni un alma; pasa una bandada de pájaros, la oigo, levanto la cabeza y los miro, en ese momento me siento más cerca de ellos que del mundo que se oculta al fondo, tras la cortina de niebla, en el horizonte donde termina el camino. Siempre siento estos caminos como míos, una prolongación de mi casa, pero hoy más porque no hay nadie y porque esta niebla cierra ante mí todo lo que me relaciona con el mundo. El paseo, el barro seco y resquebrajado bajo mis deportivos, los olivos que se adivinan un poco más lejos me ponen melancólica. Cojo aire, un poco de ese aire frío que tanto me gusta sentir en la cara por la mañana cuando voy a trabajar, respiro hondo y ¡ya está! ¡fuera! Ya puedo mirar hacia delante.
La casa está ya caliente, pongo las sonatas de Scarlatti, me siento delante del ordenador y comienzo a escribir una carta que aún no tiene destinatario, bueno, sí, sé que la voy a enviar a mis hijos, pero me gustaría que alguien más la leyera, alguna de esas personas que me transmiten fuerza y ganas de vivir con su mirada, su voz o sus palabras.
Hoy soy muy lenta escribiendo, pero no me importa, saboreo las palabras que voy dejando en la pantalla del ordenador, releo de vez en cuando.
Niebla en El Chorrillo
De nuevo aquí, después de la comida, con un café con hielo y una copa de Magno -para eso es sábado-. Leonard Cohen ha sustituido a Scarlatti. Leonard Cohen siempre me recuerda a mi hermano, sentado en el suelo en nuestra casa de Madrid, fumándose un porro, allá por los setenta y tantos. Yo empezaba a aprender a vivir (tal vez con un cierto retraso). Y lo hacía muy seriamente. Sí, pertenezco a una generación excesivamente seria, nos pasamos muchos años gritando amnistía, corriendo delante y, alguna vez, detrás de los grises, analizando puntillosamente todo lo que nos habían transmitido, rebelándonos dramáticamente contra nuestros padres, creyéndonos que teníamos la verdad en nuestras manos, que estábamos viviendo uno de los momentos fundamentales de la historia y que la vida era muy seria; hasta el planteamiento de formar parte de una comuna y la libertad de acostarnos con quien quisiéramos nos parecían cuestiones sesudas y transcendentes. Se nos olvidó aprender a reírnos de nosotros mismos, nos costó averiguar qué era eso de tener sentido del humor.
Parece que para estar cojonudamente hay que reír al menos treinta veces al día. Yo me lo creo. Y me río, pero treinta... no, creo que aún no llego.
La niebla ha desaparecido, el día ya no está tan bonito como cuando me desperté esta mañana, una luz mortecina precede al momento mágico de la noche. Sin luna. Tomémoslo con una sonrisa.
3 comentarios:
La primera parte, el paseo por la mañana, me ha emocionado. Con la segunda reflexión me he sentido plenamente identificado. Y la frase final me ha vuelto a emocionar. Querida Victoria: tienes el don de la escritura y has tenido la generosidad de empezar a regalárnosla en este blog. Es mi primer comentario porque he estado ausente durante ocho días. Pero ya estoy aquí.
Gracias Victoria, te estoy empezando a leer y me gusta mucho cómo lo dices, cómo lo expresas, cómo lo sientes...gracias.
Victoria, una vez, una amiga me dijo: "la vida es demasiado seria como para tomársela en serio".
No hay nada como reírse mucho, y sobre todo de uno mismo, es el mejor humor que un ser humano puede tener.
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