7 de junio de 2016

De Vientian a Luang Prabang. Los niños de Laos

De Vientian a Luang Prabang, 7 de junio de 2016


A veces busco razones para explicar un determinado estado de ánimo, suele ser algo inútil porque poco después estas razones no sirven o se convierten en un quizá esto quizá lo otro. Sentir lo que llega, llevarlo tranquilamente encima; no sabes en qué momento vas a cambiar y a ver las cosas desde un punto de vista distinto o incluso opuesto al anterior.

A las cinco y media suena el despertador, nos preparamos tranquilamente para dejar Vientian, en la puerta del hotel nos espera el sonriente conductor del tuctuc con el que quedamos ayer.
El autobús a Luang Prabang acaba de arrancar. Comenzamos nueve o diez horas de viaje para algo más de trescientos kilómetros. Llueve, hay una bonita luz, la música del país en los altavoces del bus acompaña (al menos de momento, je je), algunos laosianos ¡milagro! sonríen. Adolescentes tímidos, cuatro sonrientes monjes novicios que tienen la edad de estudiantes de secundaria, una familia numerosa y una variada troupe de mujeres y hombres. Pensé que íbamos a viajar como sardinas en lata, con parte de equipaje encima, me pasé en la imagen que esperaba de Laos. Por el motivo que sea estoy de nuevo, agradablemente, en el transcurrir del viaje. El tufo a gasoil me hace toser, estoy en el sur de Asia ¿no?, me duele la rodilla pero no hay nadie al lado y puedo estirar la pierna, las cervicales me molestan pero mi asiento es el seis y apenas se notan los botes del bus. Todo perfecto. Y me viene al magín que la excesiva comodidad favorece esa sensación de aburrimiento que surge durante el viaje y a la que me refería en el post anterior.

El verde del campo se alterna con el siena tostado o rojizo de la tierra húmeda, hay puestos de fruta y en los pequeños pueblos por los que pasamos algunos niños van hacia el bus que les llevará al cole, ya hay movimiento de hombres y mujeres caminando junto a la carretera, perros de mirada triste olisquean entre la hierba y pasan indiferentes la vista por lo que les rodea. Paramos para recoger a un viajero, una mujer se baja y con toda naturalidad se esconde tras unas matas para orinar, mecachis, yo también lo haría pero llevo pantalones, me acuerdo de que cuando viajábamos por África yo siempre llevaba falda, allí era imprescindible, no había más posibilidad que utilizar el campo para estos menesteres.

Paramos. El autobús está lleno. El chaval empleado en el control de los billetes se sienta en el pasillo, a mi derecha, abre el paquete de arroz, salsa y alguna cosa más que no sé qué es y lo primero que hace es ofrecérmelo, a continuación sube el respaldo del asiento de una joven para que vaya mejor. Me encanta el ambiente.

Ha dejado de llover y las colinas asoman por encima de hiladas de nubes,el día está precioso. Vamos hacia las montañas y la carretera deja la línea recta y comienza a tomar las curvas entre sonidos de bocina y reparto de bolsas a los viajeros por parte del joven empleado. Hay pequeños remansos de agua en las cercanías de la carretera y casas elevadas del suelo a modo de palafitos.

Paramos a comer. Un arroz con algo de carne y verdura y un caldo bien rico. No es la comida de restaurante de ciudad pero está bueno. Sigo recuperando mi gusto por viajar. El verde junto a la carretera brilla precioso después de la lluvia. Todo va con calma hasta ahora, alguien que sube, otros que se quedan en un pueblito de casas de tejado de uralita, una corta espera para recoger un paquete. Ahora, después de poner gasolina parece que al conductor le entran las prisas, acelera, la bocina suena más a menudo avisando a los motoristas que se interponen en su camino. Espero que no corra demasiado, no tengo prisa. Además los campos de arroz y los paisajes llanos de los que decía estar cansada casi han desaparecido sustituidos por una vegetación exuberante y montañas de vertientes recortadas a las que las nubes que se mantienen aún a su alrededor las embellecen más. En las aldeas, escenas repetidas muchas veces en lugares muy distantes en éste y otros continentes, los niños juegan desnudos en el agua, los mayores miran sentados hacia la carretera, gallinas, algún gallo, pequeños cochinillos, perros se pasean por los alrededores. Y subimos y subimos, cuánto tiempo sin montañas... Las nubes están preciosas, hemos tenido suerte, con sol el viaje no sería tan bonito. Va a ser cierto lo que escuchaba a viajeros por Laos sobre lo bello que es este país.

Niños por todas partes jugando divertidos y contentos, sin juguetes o con los inventados por ellos mismos. Juegan al lado de la carretera pero les imagino con menos peligro que los nuestros mucho menos conscientes y tan faltos de la independencia que les aportaría seguridad, que no esa arrogancia con la que a veces la confunden. No sé si irán a la escuela pero desde luego infancia tienen. Me dan pena esos niños nuestros, una mayoría, encerrados en las aulas y cargados de deberes para hacer en casa, una casa de la que no salen más que con sus padres cuando estos tienen tiempo. Tendríamos que saber compaginar la escuela y la libertad del juego, ambas igual de necesarias, hay escuelas que lo hacen pero no son muchas en parte por las dificultades burocráticas y económicas que tienen que salvar y en parte por la falta de visión y de interés de la sociedad, esa que formamos todos, que no se nos olvide.

Definitivamente el turismo de masas arruina todo aquello que toca. Estaría bien viajar sin pasar por los lugares de gran afluencia turística y creo que, salvo alguna excepción muy señalada, sería posible. Otra visión del viaje. Nos dejamos llevar por la imagen que recibimos a través de guías, fotos, relatos de viajeros al uso y podríamos elegir más conscientemente aquellos paisajes naturales, humanos o históricos que dentro de la importancia que puedan tener nos proporcionen más empatía, una vivencia cercana, interesante y posible de disfrutar en una relativa soledad. Hacerlo aunque no sea fácil y, de vez en cuando, lo menos posible, no quede más remedio que moverse entre multitudes.








2 comentarios:

Montserrat de la Madrid dijo...

Me encantan tus historias besos

Noches de luna dijo...

Gracias, Montse. Besazos