13 de febrero de 2016

De ríos, glaciares, olas y abuelillos neozelandeses

Gillespies Beach, Nueva Zelanda, 11 de febrero de 2016


¡Qué espectáculo! Estamos en Gillespies Beach. Olas enormes sueltan su espuma dejando la orilla de la playa blanquísima como un inmenso merengue. Y el fragor del mar cambiando de ritmo cada poco según el favor del viento. Cuando éste baja de intensidad franjas brillantes y espumosas se alternan con las líneas oscuras reposadas tras la breve calma del viento. Y en este lugar excepcional un camping libre, sólo la colaboración de tres o cuatro euros por persona, perteneciente al Departamento de Conservación que es el que ha creado y cuida los numerosísimos campings públicos que se distribuyen por toda la isla. Aquí dormiremos hoy.

Ayer recorrimos una parte del itinerario de tres días junto a los ríos Young y Wilkin. No quedó más remedio que hacer el mismo camino a la ida y a la vuelta, ocho horas en total y dos veces cruzando el río Makarora que no es moco de pavo, ancho, con una fuerte corriente sobre todo al regreso cuando el caudal había aumentado y el viento era mayor. No problem. Alberto me recordaba como en tantas ocasiones durante cuarenta años los tres puntos de seguridad, ¡qué ya lo sé, Pichón! dos pies y fija de nuevo un bastón, dos bastones y levanta el pie, etc etc. Vamos que pasito a pasito llegué a la otra orilla empapada hasta la cintura, cosas de mi corta estatura y de que no me iba a quedar como Dios me trajo al mundo ante tres abuelillos welintonianos de nuestra edad y una pareja de israelitas que esperaron a que nos lanzáramos a la aventura para seguirnos, a uno de ellos ya le eché el ojo pero la subida de adrenalina producida por el cruce del río superó a cualquier otro tipo de reacción hormonal y no me volví a acordar de él hasta que nos alcanzaron al final de nuestro recorrido tras el cruce de un puente colgante sin más recomendaciones que la de no cruzarlo más de dos personas a la vez. Saludamos a los abuelillos que seguían hacia la Young Hut y me acordé del puente que crucé, ida y vuelta para más inri, en el Karakorum, en Pakistán. Aquél si que era un puente para el recuerdo, con los tablones tan separados que tenía que hacer un esfuerzo con la pierna correspondiente para alcanzar el siguiente, sin malla de protección como está mandado por esas latitudes, agarrada, otra vez los tres puntos de seguridad dos manos y un pie, dos pies y una mano, etc etc, al cable al que llegaba con mis brazos estirados al completo, dichosa baja estatura, y balanceándose por el viento por encima de las turbulentas, me gusta esta palabra, hace que la aventura parezca mayor, aguas del ¿Indo? ¿un afluente?, no recuerdo.

Hoy, visita al glaciar Fox, y digo visita porque aquello era la romería de San Isidro para ver un lejano y no muy hermoso glaciar, pero lo contrario habría sido como ir al Louvre y no amontomarte con el resto del personal ante la Gioconda. La leyenda maorí, tan bonita y trágica como todas las que explican la existencia de lugares naturales significativos, es la de una joven cuyo enamorado se despeña desde uno de los picos cercanos al monte Cook y al llorar ella su muerte sus lágrimas caen y forman el glaciar.

Esto es Nueva Zelanda, pura naturaleza, con una vida urbana centrada exclusivamente en un par de ciudades, Wellington, dónde volveremos en unos días cuando termine nuestro recorrido por la isla sur para iniciar el del norte, y Auckland al final de nuestra estancia en el país.




1 comentario:

Noches de luna dijo...

Imposible publicar las fotos. Irán en el próximo post.