22 de julio de 2015

De Chipre a Turquía

En el ferry hacia Turquía, 22 de julio de 2015

Lleno a tope. Enfrente una pareja joven, ella con aspecto casi adolescente, pantalones largos, calcetines, una gabardina de invierno cerrada a conciencia, pañuelo bien sujeto cubriendo también la garganta. Tienen un niño de unos dos años. Tanto él como el padre van vestidos de verano playero. Es una escena común, lo sé, y no me suele cuestionar nada pero en esta ocasión, viendo la naturalidad con que se miran como lo suele hacer una pareja con pocos años de convivencia, con esa cercanía aún no contaminada por conflictos difíciles de resolver, viéndoles, decía, me preguntaba una vez más por el interior de esas mujeres que no sólo visten ocultando por completo su cuerpo, sino que destilan, al menos en público, una dependencia del marido expresada en la mirada tímida, la quietud en la postura recogida, brazos pegados al cuerpo, un recogimiento como de quien pide permiso para existir y que repentinamente se transforma en decisión en un momento en que el niño ha desaparecido y hay que ir a buscarle. Visión lejana que impide una vez más comprender. Lo veo en un principio con toda normalidad, nos saludamos con un gesto afable, jugueteo con el niño y su afición a tirar la gorra al suelo una y otra vez, como hacen todos los críos a esa edad. Cuando la miro a los ojos más directamente es cuando el interrogante habitual en los viajes por zonas con predominio musulmán se despierta. Quizá ni siquiera se aclararía pudiendo hablar con ella de tú a tú, quizá ni ella misma podría responder a la pregunta de en qué consiste la diferencia entre ella y yo, en su visión de la vida cotidiana y la mía, en su relación con su cuerpo y mi relación con el mío, en si realmente hay diferencia o no. Detrás, una madre occidental sopla y se desespera discutiendo con un preadolescente e intentando acallar los llantos de un inaguantable niño de tres o cuatro años.

Está clara la diferencia entre ambos niños. La libertad y normalidad de que goza el primero y la tiranía del segundo probablemente causada por un exceso de atención y supuesto cuidado.

El ferry tenía su salida a las dos de la tarde, son las tres y esto no se mueve. Es como estar pasando la tarde en una cafetería. Da igual, ni tenemos prisa por llegar a ningún sitio ni hay ninguna obligación de por medio. Lo que haríamos en una habitación de un hotel es lo mismo que podemos hacer aquí.
Al teclear "por" me ha aparecido como predeterminado el término Podemos. ¡Ay, mi Podemos de hace un tiempo! El otro día me llegó un correo para poder votar tanto las listas al senado y al parlamento como la supuesta elección acerca de un posible pacto para presentarse a las elecciones con Ahora en común. La pregunta estaba tan poco clara que estuve a punto de no opinar, y las listas se trabajan tan mal en el móvil que, entre esto y la duda sobre el último funcionamiento de Podemos creo que voy a pasar de votar. Mi única duda es la de delegar más aún en Podemos, pero ¿quién es la paciente demócrata que se mira todo y elige a más de cien personas teniendo en cuenta que apenas sabe nada de la mayoría de ellas?

Una voz atronadora se escucha por el megáfono y el ferry comienza a moverse. Llegaremos a Tasucu prácticamente de noche, así que habrá que pernoctar allí y dar el estirón de kilómetros mañana hasta ¿Goreme? ¿el Parque Nacional por el que pensamos caminar? Aún no he entrado mentalmente en Turquía y no hay previsiones concretas, al menos por mi parte.

Dos horas después de que el ferry haya dejado atrás la costa de Kyrenia me siento cercana a toda esta gente que pasea, dormita, sale a contemplar el mar o a fumarse un cigarrillo. Hay un dicho turco, por cierto, que refiriéndose a los empedernidos fumadores turcos pregunta ¿quién fuma más que un turco? y la respuesta es: pues dos turcos; fin del inciso. Somos un grupo humano que en estos momentos tiene mucho en común, ese pasar el tiempo hasta llegar a puerto es un lapsus en la vida de todos los días, un dolce far niente en el que no interfiere el trabajo de cada uno ni la preocupación por la situación política del propio país o del planeta al completo, todo lo más la última discusión de pareja, la inevitable atención hacia ese pequeñajo que está a punto de pillarse los dedos con la puerta del servicio. Es lo propio de los viajes en barco, una se siente convivir en una gran habitación con personas antes lejanas y a las que se acostumbra de tal forma que cuando el ferry llega a su destino y todos desembarcamos parece que algo se ha roto y que, desde el instante en que empezamos a recoger los bártulos hasta que salimos del puerto hay un momento de transición que finaliza en una diáspora, una marea que se va esparciendo por las calles de la ciudad volviendo a la cotidianidad, a ser diferentes, más distantes y más únicos.

Se me olvidaba. Tengo que entonar el mea culpa por hablar en mi último post de Nicosia norte con total desconocimiento. Cuando se sale de la ciudad vieja todo cambia. La Nicosia turca es una ciudad moderna y cuidada. La parte de la antigua ciudad a la que me refería quizá fuera abandonada o ni siquiera habitada tras la creación de la República turca de Chipre. A veces sacamos conclusiones sin tener conocimientos suficientes.

Imágenes:
Amanecer antes de salir del hotel en Chipre.
Acercándonos a la costa turca.





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