3 de agosto de 2015

De Diyarbakyr a Tatvan. El Nemrut Dagi.

Van, Turquía, 3 de agosto de 2015


¡Ay, los kurdos! Tomamos el dolmus (mimibús) al Otogar (estación de autobuses) y en una de las paradas, el dolmus casi a tope, se sube un hombre, sólo eso, un hombre ni le vi la cara ni me fijé en él, pero... en la siguiente parada al hacer sito a la gente que subía, su culo quedó a la altura de mis ojos, ventajas de ir sentada y ser bajita, y ¡qué culo más bien hecho! tamaño justo, ni un culazo turco ni un culito a medio hacer, prieto pero a punto de suaves caricias . No quise ver más; aventurarme a verle la cara era demasiado peligroso para esa sensación tan placentera que me empezaba a llegar. Hace muchos años me sucedió algo similar también en un autobús, no recuerdo ni el año aproximado ni el país, ni siquiera si se trataba de Asia África o Latinoamérica, Plutón o Marte, seguro que no era el mundo occidental  y no porque éste carezca de culos atrayentes, quizá porque esta civilización que "gozamos" trasladada a nuestros hábitos a la hora de  cruzarnos con nuestros semejantes en cualquier lugar, nos haya reducido la capacidad de despertar nuestra libido en un ambiente de individualismo y falso respeto. Esta vez no llegó a tanto como en aquella ocasión, demasiado corto el trayecto hasta el Otogar. Así que poco antes de llegar me arriesgué a mirarle y me encontré con un rostro más bien seco, una expresión demasiado adusta y lejana aunque, eso sí, los ojos eran grandes, oscuros, profundos y las pestañas largas y espesas, ojos, pestañas, culo, todo kurdo.

Nada que ver con el protagonista de la película que vimos anoche, La fuente de las mujeres. Era el típico galán de telenovela, blando, sin fuerza, vacío; la protagonista poco más o menos. Y la película en su conjunto, igual. Sentimentaloide en muchas escenas, personajes planos, parecía realmente una telenovela venezolana. La intención del director, Radu Mihaileanu, parecía ser denunciar la situación de muchas mujeres árabes sometidas al poder del hombre, pero al igual que sucedía en La verdad de Soraya M. no lo consigue, en este caso por blandura, en el de La verdad de Soraya M. (mi crítica de esta película se puede leer en http://www.filmaffinity.com/es/myreviews.php) por excesiva claridad en las escenas más duras y en ambas por la falta de un guión y unos personajes creíbles.

El autobús para a la hora de la comida, no tengo hambre pero veo un cacik, sopa fría hecha con yogur, pepino y menta, que me apetece un montón, está tan rica, así fresquita, que no me conformo con uno y repito.

Echo un vistazo a la guía por si aparece Tatvan, la ciudad donde se puede tomar el ferry a Van y me encuentro con un volcán, el Nemrut Dagi, a unos quince kilómetros de Tatvan que se puede recorrer, así que cambiamos de planes. Cogemos un taxi que nos lleva hacia el volcán y ¡oh sorpresa! desde el borde descubrimos, en el fondo del cráter dos lagos rodeados por bosques, un paisaje tan atrayente que hace que abandonemos nuestra idea de recorrer la orilla superior del cráter y decidimos bajar al fondo.

Un chiringuito al lado del lago acoge a un grupo de hombres ¡kurdos! que charlan y beben té. Nos sentamos con ellos y en menos que canta un gallo pareciera que nos conocemos de toda la vida. Ya en la primera ocasión en que viajamos por el Kurdistán descubrimos la extraordinaria hospitalidad de los kurdos.

Dormimos bajo las estrellas y al día siguiente intentamos darnos el paseo acostumbrado. Ahora esperamos el taxi que nos llevará al puerto, a ver si hay suerte y algún ferry funciona hoy hasta Van.








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