15 de agosto de 2015

La bastarda de Estambul. El Cáucaso

Batumi, Georgia, 11 de agosto de 2015


Cruzar de Turquía a Georgia supone un cambio tan radical de ambiente como pasar de los barrios nuevos a los viejos de algunas ciudades turcas.

En la frontera el calor es el propio de un mediodía al sol en estas latitudes, vamos, como para empaparme de sudor. A los turcos esto no parece importarles. A pesar de las barreras metálicas con las que intentan mantener un orden de una sola fila hasta la oficina de la aduana sólo consiguen que entre ellas una multitud se apiñe y se empuje. Un hombre nos exige una y otra vez que avancemos, parece que por encima de la mujer que delante de nosotros, agarrada a una maleta intenta encontrar entre la multitud a un marido que queriendo aprovechar el tiempo, la ha dejado guardando un imposible hueco en la supuesta fila mientras él hacía no sé qué gestiones imprescindibles, para nada, porque cuando finalmente llega le es imposible atravesar la multitud. Me solidarizo con ella y su paciencia. Cuando llegamos a la entrada del edificio aduanero la "fila" se convierte en una maraña de personas que pretenden llegar las primeras a las ventanillas pasaporte en mano y brazo estirado por encima o debajo de los adversarios o debajo de tus narices según sea la diferencia de altura. Lo mismo que cuando en China peleaba por sacar un billete, me empeño estúpidamente en que se me cuelen las menos personas posibles. A ver si aprendo que hay situaciones imposibles de cambiar y que no todos los lugares, gracias a quien sea, son iguales.

El caso es que por fin cruzamos y a través de un pasillo ancho e iluminado llegamos a una amplia sala donde una georgiana va indicando por dónde pasar de acuerdo al equipaje que portas y en una soviética organización en medio minuto estamos en la calle, eso sí bajo el mismo sol abrasador turco, el sol no conoce fronteras.

Al descanso de haber terminado con la fase burocrática se une otro más, mujeres sin velo, con pantalones o faldas, cortos o largos, mangas al gusto de cada una... No acabo de ver nada claro el tema del velo musulmán y no acepto en absoluto el chador o el burka, pero es un tema largo y complicado que dejo para otro momento, al fin y al cabo me lo voy a volver a encontrar.
En Batumi, de nuevo, luz, cerveza y ambiente de alegría y diversión.

14 de agosto, Mestia

A las cuatro y media de la mañana comenzamos nuestra excursión a los lagos Koruldi, unas cuatro horas de subida durante las que las montañas cercanas al monte Ushba, el más alto de Georgia, van apareciendo paulatinamente ante nuestra vista. Son hermosos estos amaneceres montanos y merece la pena darse un buen madrugón para disfrutarlos. Poco antes de llegar a los lagos decidimos cambiar el itinerario y dirigirnos al Paso Guli para después bajar hasta Mazeri, uno de los pequeños pueblos que hay en el valle más abajo de Mestia. Una pequeña senda que se pierde a ratos va recorriendo la ladera, es un paseo tranquilo hasta que llegamos a uno de los ríos que bajan desde el glaciar, ahí el paso es algo más complicado, pero cruzamos sin problemas acompañados por una segunda Bartola, en este caso perra, no gata que se nos ha unido hace un buen rato. Lo peor viene después, cuando, entre trocha y trocha perdemos el camino y no queda más remedio que subir a la brava hasta el Paso Guli. La ladera está formada por piedra suelta y hierba, lo que hace que a lo laborioso de la subida se le sume la facilidad para escurrirse.

Por fin llegamos al Paso Guli a tres mil metros de altitud, en total hemos subido mil setecientos metros desde Mestia, lo que me deja tan satisfecha por cómo voy recuperando forma, que esto y el espectáculo desde el Paso hacen que me olvide de la costosa subida. El panorama es espectacular. Las montañas de la zona nos rodean presididas por el grandioso monte Ushba. Descendemos a ratos por camino, a ratos a través de los prados. A dos horas del pueblo, cuando llevamos nueve horas de caminata, hacemos un alto para descansar y aparece un paisano con un caballo que se ofrece a bajar los macutos y llevarnos a Mestia en coche. Regateamos el precio como es de rigor en estos casos y tras un acuerdo, un par de horitas más caminando y unos cuantos kilómetros de pista polvorienta llegamos a Mestia.

Termino La bastarda de Estambul, de Elif Shafak. Una historia circular como un lago en el que desembocaran varios ríos procedentes de la misma montaña. Tan bien trabajada que tiene una estructura perfecta. Su poesía, tanto en las descripciones como en la pausada forma de tratar los hechos, de elaborar los diálogos amaina lo dramático de la historia. Una trama plagada de información histórica, de datos sobre hábitos de las tres culturas presentes en el libro, la turca, la armenia y coyunturalmente la estadounidense, entretejidos con el argumento y que aparecen de manera natural a través de los diálogos y los pensamientos de los personajes. Unos personajes complejos, reales, compendio de los problemas que sobre los miedos al conocimiento del pasado, uno de los principales temas de la novela, el olvido  y búsqueda de una tranquilidad ficticia como solución al inevitable temor a aceptar ese pasado, la lucha entre vivir una existencia arropada por la tradición y el encuentro con uno mismo en la búsqueda de una vida considerada ilusoriamente como propia y libre están presentes en cada uno de nosotros.















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