29 de agosto de 2015

Un paseo por Tbilisis.Museo Nacional de Georgia.

Tbilisis, Georgia, 29 de agosto de 2015


Mires donde mires la historia de la humanidad es igual de escandalosa. Visitamos el Museo Nacional de Georgia y nos encontramos  con la invasión de Georgia por la Unión Soviética en 1921. Primero los años de guerra durante la invasión, después las purgas de Stalin y la represión sobre los movimientos de independencia de Georgia. Total ochocientas mil víctimas entre ejecutados y deportados, estos últimos engrosando en buena parte el número de muertos. Junto a la sala que expone la historia de Georgia durante la ocupación soviética hay otra en la que se exhiben obras de las culturas china y japonesa, en la planta inferior los tesoros hallados pertenecientes a los primeros siglos de historia del país, desde la edad del bronce hasta unos siglos antes del nacimiento de Cristo.

El hombre capaz de crear belleza y de destruir lo más preciado. Me reafirmo en lo que escribí hace días, la violencia contra los otros, la imposición del poder único, el desprecio y la consecuente eliminación de lo diferente como algo consustancial a nosotros. Y a la vez la creación de lo bello, aquello por lo que debemos estar agradecidos a los que nos hacen la vida agradable con sus obras. Echo un vistazo a la prensa y ambas situaciones aparecen de nuevo. Las oleadas de refugiados sirios entrando en Europa huyendo de una guerra provocada por los poderosos del mundo junto a las reseñas de exposiciones, conciertos...  Complejo problema el de la llegada de los refugiados. Leo que en Líbano, como ejemplo, los que hay actualmente son ya la cuarta parte de la población. Es el mayor movimiento de refugiados desde la segunda guerra mundial. Llegan en masa a países como Grecia, Macedonia, Jordania. ¿Cómo se soluciona el problema? ¿Cómo se reparten los recursos entre los que llegan y la población que, como en Grecia, está bajo mínimos en sus necesidades más básicas?
¿Piensan, calculan las consecuencia de sus actos los gobiernos que provocan estos desastres?
Lo anterior está escrito mientras nos tomábamos el café después de la comida. Las masacres a las que hago referencia estos días se entremezclan con la búsqueda del Museo de Bellas Artes, cerrado, o el paseo por la ciudad. Cerramos el tema, las fotografías de las víctimas ya no ocupan más que el interior de la cámara y un resquicio de mi mente donde permanecen adormecidas hasta que un nuevo museo histórico o una nueva lectura de la prensa las despierte. Así son las cosas y así somos.

El poema siguiente es de Daniel Varujan, un poeta armenio asesinado a pedradas en la represión contra los intelectuales armenios por parte de los Jóvenes Turcos, gobernadores de Turquía en aquel momento, en abril de 1915.

BENDICIÓN
Deja que en tus manos yo derrame
un puñado de trigo, mi valiente hijo,
mi hijo valiente, mi ceñidor.
Que por tus brazos que empuñan la mancera
circule la sangre de veinte toros
y en tu fornidez de pino
se alcen las columnas de veinte casas,
y cuando arrojes la simiente
tanta como tus dedos,
coseches abundante como si fueran estrellas.
Deja que vierta sobre tu cabeza
un puñado de trigo, mi amado nieto,
mi nieto amado, mi báculo florido.
y que sobre tus hombros cargues
el cofre de la sensatez.
Y cuando, con las manos repletas de avena
te allegues un día a tu rebaño
a tí acudan mil ovejas.
Deja que esparza entre tus cabellos
un puñado de trigo, mi rosada nieta,
mi nieta rosada, guirnalda de mi tumba.
Que cada nueva primavera
luzcan tulipanes en tus mejillas,
y un nuevo fulgor en tus pupilas,
y cuando un retoño de sauce plantes,
a su sombra en cada Abril
te veas siempre lozana.
Deja que en tu regazo vuelque
un puñado de trigo, mi hermosa nuera,
nuera hermosa, mi amor lejano
Que en el surco del lecho germine
una espiga entera,
y en la cuna que meces
duerman gloriosas auroras;
y cuando ordeñes cuarenta vacas lecheras
cámbiese en oro el calostro
y en plata la leche de las vasijas.
Ah! mi esposa, ah mi Ana,
Que llueva sobre nuestras cabezas
un puñado de trigo,
mi querida vieja, mi querida amiga.
Quiera el sol otoñal
no helar las nieves secas de nuestros cabellos...
Ni apagar nuestra vela
entre las columnas de mármol...
Y cuando estemos mañana entre tumbas
Oh amor, que bajo nuestros cuerpos
La tierra no sea muy dura...
Este otro es de Varujan Vosganian, el autor de El libro de los susurros. En él se refiere al poeta Daniel Varujan.
Mi nombre perteneció a un guerrero caído en el campo de batalla
y a un joven poeta muerto a pedradas,
ellos son los muertos más hermosos de mi pueblo,
llevo una túnica blanca empapada de sangre
que no corre por mis venas
pero que está viva,
siento un dolor en la sien donde la piedra
atravesó el hueso blando
y un pensamiento surgido muy pronto se transforma en sangre.
Recibo mi nombre como agua que cae goteando de las paredes de un pozo,
desde allí las alturas del cielo y las profundidades de la tierra son una misma cosa,
me refresco los labios y me lavo la cara,
ahora puedo hablar y puedo llorar.
El libro de mi nombre está lleno de imágenes
del mundo tal como lo he visto
y me doy cuenta de que, durante dos mil años,
los tres hemos amado a la misma mujer,
bienaventurada seas, pues nadie puede desearte más
que nosotros, un guerrero y un poeta.

Imágenes:
Tbilisis
Algunas de las fotografías de las víctimas de la represión soviética.













No hay comentarios: