24 de agosto de 2015

Reflexiones en el Museo del Genocidio Armenio. Yerevan, Armenia

Yerevan, Armenia, 24 de agosto de 2015


En muchas ocasiones juzgamos los hechos históricos de manera simplista sacando conclusiones que exponemos con actitud tajante. El sentido crítico, la posibilidad de cuestionar lo que nos rodea, lo que nos cuentan, lo que nos enseñan no se fomenta, de tal manera que unido a aquello de lo que hablaba más arriba nos convierte o bien en unos atacantes de  lo diferente o de lo que supuestamente nos puede destruir o bien en defensores de lo falso o con importantes matices relativos que no sabemos o no queremos, arrastrados por la inercia, tener en cuenta.

Esa incapacidad para ver algo más que el bosque se puede aplicar a otras situaciones menos sangrantes, y me acuerdo ahora de la estrechez de miras y la falta de objetividad de muchos afiliados a partidos que los defienden a capa y espada sin un mínimo sentido crítico ante los desmanes cometidos por estos. El partido, las consignas por encima del respeto a la propia individualidad. Volvemos a la inercia. No hay blanco y negro ni en los hechos ni en los personajes de la Historia, y tampoco en el presente. Esta división a la que tan fácilmente llegamos es causante de muchos episodios trágicos en la historia de la humanidad y en el propio presente.

Nazis contra judíos, israelíes contra palestinos, otomanos y turcos contra armenios, turcos contra kurdos, kurdos contra armenios, armenios contra azeríes, civilizaciones aparentemente avanzadas con un ansia de poder principalmente económico subyugando a otros pueblos con la excusa de ser una raza superior, soviéticos frente a países con una idiosincrasia propia a la que hacer desaparecer, en Armenia, como ejemplo, iglesias destruidas en pro de la imposición de un laicismo extremo. La violencia, el deseo de estar o sentirse por encima de los otros y la necesidad de pertenencia a un grupo al que enaltecer, agrandar es parte consustancial de nosotros mismos.

Hoy hemos hecho otra visita más al horror que causamos el género humano. Recordaba, paseando por las salas de este museo, las visitas a Auschwitz y al museo del apartheid en Johannesburgo. Al igual que aquellos el museo del genocidio armenio invita a la meditación, al respeto, al rubor por pertenecer a este género humano capaz de esta locura.

Antes de entrar en el museo un largo paseo en el que suena un lamento que es casi un susurro lleva al Memorial. En el centro de éste una llama permanentemente encendida rodeada de flores. Algunas personas se acercan despacio, se santiguan o meditan con la mirada fija desde los escalones por los que se desciende al centro del memorial. Rostros tristes como los que vimos en Auschwitz en donde incluso las lágrimas asomaban a los ojos de algunas de las personas que visitaban el lugar. Me llama la atención una anciana que llega acompañada de una joven que quizá sea su nieta, apoyada en ella se acerca a lugar donde está encendida la llama y permanece en silencio.

Dudo si lo siguiente es apropiado para este texto pero no quiero dejar fuera lo que en momentos más fríos, sin la presión del ambiente del museo pienso. 

Ninguna circunstancia exime de culpa a los causantes de tanto horror, pero no es difícil caer en una cierta defensa o victimismo demagógico cuando se presentan ante la opinión pública las barbaridades sufridas por un pueblo.

En la novela de Elif Shafak, La bastarda de Estambul, uno de los personajes dice que los armenios necesitan a los turcos para mantener su victimismo. Tanto en esta novela como en la película de Egoyan, Ararat, está presente el tema del mantenimiento del recuerdo como algo vital para cada uno de nosotros, pero también la integración en una vida nueva como plantea el personaje de ascendencia turca al hijo de un armenio muerto en defensa de su ideal. Nosotros hemos nacido aquí, en Canadá, le dice el personaje turco al armenio, ésta es nuestra vida. El joven armenio reconoce haber sido educado en el odio a los turcos pero a la vez necesita comprender la historia, la de su país y la de su padre para poder estar en paz.

Desde mi primer viaje por el Kurdistán vi a los kurdos sólo como víctimas de los turcos hasta que me encontré con su participación en el genocidio armenio; o leí que los armenios en la primera guerra mundial fueron aliados o colaboracionistas de los rusos   cuando estos amenazaban la frontera con Turquía.

Vuelvo a mis primeras líneas: a esa simplicidad falta de información con que muchas veces enjuiciamos los hechos históricos.

Imágenes:
Museo del Genocidio
Paseo por Yerevan












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