3 de enero de 2016

Dos Yakartas opuestas

Yakarta, 2 de enero de 2016


Entramos en un batiburrillo de épocas cuando llegamos a la plaza, en el barrio de Kota. Estatuas vivientes de todo tipo, personajes futuristas propios de un cómic de ciencia ficción, militares que parecen rememorar la época de Sukarno o doncellas de cuentos del XIX; girando alrededor de la plaza muchachas tocadas con pamelas de principios del siglo pasado pedaleando sobre bicicletas de colores; un espectáculo propio de un barrio medieval en el que un hombre de gesto agresivo utiliza un látigo con el que simula azotar a un crío de unos diez años que juega con el fuego y dobla su cuerpo intentando hacer el papel de un funambulista mientras una mujer sacada de los túneles de Notre Dame recoge monedas del público; en un lateral, frente a pequeños puestos de bebidas y frituras un camión y una pala recogían la ingente cantidad de basura amontonada por un equipo de barrenderos; a ambos lados, ajenos a lo que se vivía en la plaza largas colas de aficionados a los museos esperaban su turno para penetrar en otros tiempos diferentes, uno el de los pintores indonesios que iniciaron la pintura original del país tras la colonización holandesa y otro el de las marionetas utilizadas en el Wayang, teatro basado principalmente en el Ramayana y el Mahabharata. Visitamos ambos, en el museo de Bellas Artes unos cuantos cuadros entre los que apenas destacaba ningún otro pintor que no fuera Affandi, y de éste el autorretrato, gruesas manchas de óleo, líneas sinuosas de colores sacados directamente del tubo de pintura por las manos del pintor destacaban sobre el lienzo el carácter apasionado y duro de un hombre con el que debía de ser difícil convivir. En el museo Wayang marionetas de hilos y muñecas de distintas zonas de Asia, también de Francia donadas por la esposa de Mitterrand y de Polonia, monstruos gigantes de la mitología hindú y bellas marionetas de palo elaboradas con todo detalle sobre piel de vaca o búfalo representando personajes del Ramayana y de otras leyendas indonesias.

Después caminamos hacia el mar. Esperaba un paseo
fotográfico junto al puerto, colores y texturas de fachadas y barcos, el mar, algún chiringuito para comer pescado... Vamos, lo que cualquier turista necesita para cumplir con su trabajo en un lugar con mar. Lo que encontramos fue otra imagen, esta vez real, la otra Yakarta. Unas pocas calles separan dos mundos, las grandes avenidas, los parques, los coches de alta gama (no se ven utilitarios por ningún sitio) en una parte y miseria pura y dura en la otra, basura pestilente, pequeños puestecillos que venden lo más elemental, calles sucias y embarradas, un canal en el que flotan toda clase de desperdicios... Me cuesta fotografiar estos lugares pero forma parte de la vida como también es vida lo que aparece en mis tomas de museos, retratos de personas con otro nivel de vida o paisajes. Otra cosa es el descaro turístico, el retrato directo de una persona o de un ambiente propio de esta situación de pobreza. Indonesia lleva relativamente pocos años de democracia, primero la colonización, después el gobierno de Sukarno, padre autoritario de sus súbditos, y de Suharto, dictador corrupto y sanguinario; tampoco la situación económica mundial ayuda ni este sistema de guerra entre los poderosos y los débiles; la corrupción forma parte de un círculo vicioso: desarrollo económico, fortunas de los más avispados y casi siempre amorales, más desarrollo por las inversiones que proceden en parte de estos mismos, etc. etc.

Esta mañana fuimos al Museo Nacional, pero esta visita queda par el próximo post.












































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