5 de noviembre de 2015

De Dunhuang a Xian. Un cierto cansancio.

Dunhuang, China, 5 de noviembre de 2015


Llegar a la estación y cambiar radicalmente la imagen amable de la gente. Es algo común, sucede también en el lugar en el que se vive, hay días en que una se siente cercana al resto de la humanidad más próxima, en el metro, en una calle céntrica, en un café; y otros días no sólo es mayor la distancia sino que incluso sentimos una cierta antipatía hacia los otros. En este caso, en la estación donde cogeremos el tren a Liuyuan, no es cuestión de estado de ánimo, el ambiente es bastante deprimente. 
Una multitud se apiña en la sala de espera número cuatro, la nuestra, los asientos no son suficientes y mucha gente debe sentarse en el suelo; sacos, mochilas, bolsas de todo tipo amontonadas alrededor de sus dueños que parecen trasladar todas sus pertenencias, ir a vivir a otro lugar; el suelo está sucio, las suelas de las botas se pegan al andar, racimos de uvas vacíos tirados al suelo, papeles, restos de comida, incluso huesos de pollo; hay papeleras. En las otras salas de espera el ambiente es tranquilo, todo está limpio. ¿Por qué esa diferencia? Cuesta decirlo pero lo único que distingue a la sala cuatro de las demás es la etnia a la que pertenece la mayoría de los viajeros. Casi todos son uigures. Es claro que no es sólo una cuestión de etnia sino principalmente de recursos económicos y de acceso a la cultura. Siempre me ha costado reconocer que hay grupos humanos que por el tipo de vida que llevan, sus herencias culturales, su carácter propio, porque eso se da aunque siempre haya excepciones, todo lo que constituye la propia idiosincrasia están más lejos de alcanzar una civilidad, civilidad o civilización, no quiero utilizar la palabra civilización en su sentido propiamente occidental sino en el de pertenencia común y respetuosa a aquello que está fuera de nuestra propia persona y en cuya relación nos servimos de algo más que del instinto. Escribí algo parecido a lo anterior durante un viaje por la zona andina de latinoamérica y también en otros viajes he hecho referencia a ello. Estamos demasiado educados en lo políticamente correcto y tan acostumbrados a las etiquetas que debemos apostillar en ocasiones nuestras palabras para evitar reacciones primarias en los que nos escuchan.

Hubo una época en que, posiblemente por tener menos años y estar menos viajados llevaba mejor estas cosas, ahora hay veces en que me producen cansancio y me dejan un poso de tristeza y depresión en el ánimo como quien se dice que esto no tiene remedio. Y con ese remedio me refiero no sólo a lo de siempre, el reparto de la riqueza, el acceso a la educación, la cultura y la salud, todo eso tan trillado sino a esa diferencia entre los habitantes de unas u otras zonas del mundo que quizá deberíamos respetar y adaptarnos. No va a ser cuestión, es claro, de tirar los huesos de pollo al suelo pero sí de dejar en casa los hábitos que incordien a la hora de convivir; a los árabes les parece una guarrada que nos limpiemos el culo con papel en lugar de con agua, los chinos escupen pero no les parece correcto que una se suene la nariz en público, etc. Decía "quizá respetar y adaptarnos", lo que no implica  contradicción con lo anterior, una cosa es la pobreza y sus consecuencias y otra las costumbres originadas en el ámbito de una cultura o tradición. Siempre me han parecido absurdos, por poner un ejemplo, los comentarios tipo "no voy a probar esa comida con lo rico que está lo que comemos en España" o expresiones parecidas.
 
En Dunhuang desaparecieron soldados, polis, tanquetas y controles. Lo que sí permanece en toda China es la censura en Internet. Perdimos toda una tarde intentando conectar, fue imposible, ni correo, ni redes sociales, ni acceso a las páginas de dominio punto com.
No todo es negativo en esta tierra, los chinos son en general sencillos, alegres y colaboradores; el país es diverso e interesante; la situación de la mujer al menos socialmente, y ya es bastante, al fin y al cabo tiene que influir positivamente en las relaciones familiares y personales, está por delante de la que tenemos en occidente, con la excepción seguramente de zonas rurales alejadas, ya era así cuando
hace dieciséis años viajamos durante dos meses por aquí.

La tarde anterior disfrutamos caminando por las dunas del desierto de Gobi cercanas a la ciudad, tan cercanas que aquello parecía un parque de atracciones con sus camellos su surfing etc. etc. No importó, la subida y el paseo por las dunas merecieron la pena.

Ahora, un día de tren hasta Xian y después quizá un estirón hasta el sur para coger un vuelo a Taiwan a no ser que recuperemos la tranquilidad perdida estos días o encontremos algo muy interesante por el camino.
























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