5 de noviembre de 2015

Hacia Urumqui. Onegin y La vida y nada más.

En el tren a Urumqui, 18 de octubre de 2015.


Tatiana se enamora perdidamente de Onegin, pasan los años y éste admite que siempre ha querido a Tatiana, justo cuando ésta se ha casado y a pesar de seguir queriendo a Onegin decide ser fiel a su esposo. Amores desorbitados, desgarradores, desgraciados a los que no consideramos casi nunca reales. Son la esencia, existen tamizados por las circunstancias, los años de convivencia, todas las posibles distracciones que acompañan el devenir del día a día, pero están ahí y lo prueba la asiduidad con que aparecen en la literatura y en la música.

En la película La vida y nada más, de Tavernier, dos mujeres buscan respectivamente a su marido y a su novio desaparecidos en la primera guerra mundial. Ambos son la misma persona pero el recuerdo en cada una de ellas es diferente y eso es en realidad lo que está vivo. El marido/novio está seguramente muerto, da igual, lo está para ambas, el real es el que vive en el recuerdo de cada una de ellas hasta que el tiempo o las circunstancias de sus vidas lo matan. El tema de la película es ése, el recuerdo, la memoria, tanto a nivel personal como a nivel general, en este caso manipulado por los artífices de la guerra que necesitan un soldado desconocido para alimentar el impuesto sentimiento patriótico de la masa de la población.

¿Cómo viven en nosotros los intensos amores de otros tiempos? ¿Se apoyan en un nombre sin el cual perderían su fuerza o incluso desaparecerían? Leo que Derrida sustenta la memoria en los nombres, nombres de personas, de lugares, de objetos. Intento repasar mis recuerdos pero, lógicamente, no es suficiente para acercarme a las teorías de Derrida. Es cierto que aquellas personas que han pasado por mi vida provocando emociones, sentimientos de amor o cercanos a él en algún momento concreto y de las que no recuerdo el nombre tienen menos fuerza que aquellas que puedo nombrar, pero también la razón del olvido o del recuerdo puede seguir el camino contrario. Por otra parte sabemos que los recuerdos cambian de calidad y de fuerza según nuestro estado de ánimo o nuestra necesidad oculta de rechazar o intensificar los lazos que nos unían a esa persona que sin avisar aparece en nuestra memoria. Las imágenes que guardo de mi padre, fallecido hace muchos años se han vuelto más cercanas y agradecidas con el paso del tiempo y, creo, que también por contraposición a las que tengo de mi relación infantil y adolescente con mi madre que aún vive. El sentimiento amoroso permanece a veces callado, semioculto hasta que la aparición real o en nuestra memoria de un nombre, un detalle, un olor incluso lo resucita tal como le sucede a Onegin cuando tras más de veinte años de olvido vuelve a encontrar a Tatiana. Sin embargo, a la hora de disfrutar o sufrir nuestros recuerdos no nos paramos a razonar sobre ellos, es de agradecer dejar que nos invadan, mantenerlos y vivirlos mientras, de forma natural, ayudados por nuestro ser más íntimo vuelen por nuestro ánimo, vivan en la memoria, sin más. Así sucede en La vida y nada más, el soldado desaparecido vive, convertido en dos personas diferentes, sólo por los sentimientos y la memoria de las dos mujeres que le buscan.
La representación de Eugenio Onegin en el teatro de la ópera de Almaty gozaba de una calidad mucho mayor que la anterior de Madama Butterfly. La contralto que representaba a Olga, la hermana de Tatiana, en especial y a pesar de un papel más bien breve me gustó especialmente y también el barítono en el papel de Onegin. Intentaré encontrar sus nombres en Internet.

Sólo como anécdota, anotar el contraste entre la vestimenta de lujo de la mayoría de las personas asistentes al acto y la falta de educación de las mismas al invadir el baño o al recoger los abrigos en el guardarropa empujándose y quejándose de la supuesta lentitud de unas trabajadoras que no daban a basto ante la presión de la multitud y corrían de un lado a otro cargadas de recibos y abrigos. Me recordó una situación parecida hace muchos años en Asunción cuando, durante un concierto, se mezclaban las conversaciones de los "elegantes" asistentes con la interpretación de los pacientes
músicos. Escribí, inspirado en aquella noche, un breve relato que formó parte de mi libro Caminando (el vínculo está en mi blog).

Un día y dos noches tranquilas en un departamento de tren para nosotros solos, al menos de momento, entre Almaty y Urumqui. La estepa kazaja nos ha acompañado hasta ahora sólo interrumpida por algunos pueblos de casas sencillas y calles sin asfaltar embarradas por una leve y constante lluvia..







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