7 de noviembre de 2015

Paseando por los bosques de Sakurai

Sakurai, Japón. 6 de noviembre de 2015.


¿Qué se hace cuando los sentimientos se agolpan, se tienen ganas de llorar silenciosamente y se está, por ejemplo, en un vagón de tren lleno de gente?

¿Escuchar al cuerpo, hacerle caso? Desde que somos unos niños hasta que nos morimos escuchamos lo mismo: no llores. Da igual la circunstancia en que nos encontremos, puede ser una orden o puede ser un bienintencionado intento de ayuda para que superemos un momento de tristeza. Cuando el cuerpo está cansado procuramos descansar, si estamos alegres él mismo se pone en funcionamiento haciéndonos sonreír, si estamos tristes o sufrimos asoman las lágrimas, cambia nuestra manera de respirar o, si el dolor se hace insoportable, incluso un grito sale de nuestra garganta sin que podamos evitarlo. Nos gusta ver sonreír a la gente, la risa es salud, no hay problema, pero si lo que se siente es tristeza, dolor, la reacción en público tanto nuestra como del otro es al menos incómoda. Entonces aguantamos las lágrimas. Quizá sea una cuestión menor y se puede pensar que no merece la pena plantearla, al fin y al cabo reaccionamos basándonos en un hábito social, el no ver llorar a alguien nos proporciona algo más de tranquilidad y menos de dolor que si se da el caso contrario, pero yo me pregunto por qué ese afán por ver lo negativo de un llanto, "no llores", cuando las lágrimas son la consecuencia, no el origen, son una reacción natural del cuerpo que ayuda a que nos desahoguemos, es decir, lo que está pidiendo nuestro cuerpo, parar, detener el ahogo que nos produce el dolor.
Es cierto, que existe comunmente en nosotros un deseo muy fuerte de vivir nuestros sentimientos en la intimidad y que se da más habitualmente que la necesidad de liberarlos aunque se esté ante otras personas. Lo que me planteo es cuál ha podido ser el origen de este hábito, o de esta necesidad de ocultar las lágrimas. ¿Es un respeto hacia los otros para que no sufran nuestras debilidades? ¿lo supuestamente negativo de recordarnos unos a otros el sufrimiento inherente a la vida? Quizá resida una causa mayor en el culto a la fortaleza, algo erigido como fundamental e imprescindible durante los acontecimientos bélicos de cualquier época histórica. Los débiles o considerados así socialmente siempre han sido rechazados de manera más o menos drástica.

Sea como sea ¿no sería bueno hacer un poco más de caso a los avisos que nos da nuestro cuerpo?

Caminamos por el bosque junto al templo de Tanzan, en Sakurai. El otoño que esperábamos sólo se deja ver en los arces que crecen junto al monasterio pero el camino entre coníferas, húmedo y lleno de vegetación es bonito.

A última hora de la tarde nos damos un paseo por la calle peatonal de Osaka, con cierta similitud, según dicen, con las que aparecen en la película Blade Runner. Demasiada imaginación, sí, pantallas en los que se proyecta a la gente que pasea, grandes carteles luminosos, pero no es para tanto, una calle llamativa simplemente.


















No hay comentarios: